¡Gritos de auxilio para adolescentes!
En los ambientes familiares de años no lejanos, el sexo era algo innombrable; un tabú total, que impedía toda palabra de los padres a los hijos refiriéndose a ese tema. Años después, inmersos en la cultura del relativismo y de la postmodernidad, esto ha venido a ser una especie de divinidad que exige un culto casi idolátrico. Se ha vuelto un fetiche para la autoafirmación de la individualidad, la cual, por desgracia, no es parte de la educación familiar, sino que ha venido a ser prerrogativa de Gobiernos, Partidos Políticos y Organizaciones, que se han impuesto como una exigencia el que los adolescentes, sobre todo, puedan entrar al mundo como sujetos con personalidad definida.
Millones de pesos son gastados en la propaganda oficial desde ciertas Secretarías de Gobierno, acondicionadas por las pretensiones de políticos “progresistas”, hasta llegar a un límite escandaloso. Por ejemplo, se escucha en los Medios, financiados por nuestros impuestos, el llanto de un bebé y la voz lastimera de una adolescente diciéndole a su hijito: “Dame unos minutos para salir con mis amigos”. Y, como obvia solución para que no suceda eso, se aconseja “prevenir” mediante los métodos que el propio Gobierno ofrece y avala en forma discriminatoria, a una Sociedad en la que se debería tener el derecho de ejercer y respetar la diversidad de principios morales de cada uno de sus miembros.
Son muchos los que asisten, y hasta aplauden como espectadores inútiles, el desmoronamiento de la escala de valores plasmada en la conciencia del ser humano; como si la desgracia de unos fuera la dicha de otros. Juega mucho en nuestra Sociedad “el qué dirán”, pero mucho más, los intereses y las propuestas de ciertas organizaciones políticas y empresas transnacionales, cuya finalidad es dejar de lado toda moralidad responsable. Hasta las relaciones más sagradas, como las familiares, se han vuelto ya una cuestión de “toma y daca”, de conveniencias partidistas y de negocios planetarios.
En la propaganda late la discriminación a sectores importantes de la Sociedad. No se requiere ahondar en la Ética verdaderamente humana. Con el dinero del pueblo se nos hace oír insistentemente el “más vale condón en mano que nueve meses y un enano”, así como otras “linduras” de creatividad semejante. Mientras tanto, en las Redes Sociales se multiplican las respuestas en diversos sentidos: “Me late bastante esa frase”. “Estoy de acuerdo”. “Ojalá las personas pensaran más en eso para no echar a perder su futuro”. “Ok., de eso hablamos mi nena y yo…”
Así pues, las relaciones más íntimas y trascendentes se vuelven negocio de intereses bastardos. Ahí, donde empieza a brillar la ternura de un niño, crece una propaganda antinatalista, regida por intenciones aviesas. Esos afectos torcidos conducen a ejercer acciones siniestras y a vivir existencias contradictorias, que no son otra cosa que la eterna lucha entre el Bien y el Mal, entre el egoísmo y la generosidad humana, que son confundidas para beneficiar una rapacidad de individuos egocéntricos y a consorcios voraces y de intenciones inconfesables.
En ciertos asuntos de la intimidad, el delatar paga bien. Se dice, con sorna, que “Todos mienten; ¡imagínate que todos dijeran la verdad!”… Muchos han traicionado sus convicciones al decidir según sus intereses; pero también, esperanzadoramente, bastantes hay que han conservado un rinconcito en su corazón que se resiste a la corrupción. Lo esencial es no dejar que se pudran nuestras entrañas ante los embates de esa propaganda irresponsable e irrespetuosa para una mujer-madre, para un infante, para la familia, para los mismos adolescentes y jóvenes.
Como ciudadanos, todos tenemos derecho a protestar y a exigir a los gobernantes atención diferenciada a nuestras creencias y principios éticos. Pueden dejarse de lado las costumbres más terribles, si nos dejamos tocar por la ternura de un niño. Ciertas cosas que antes eran asuntos de adultos, están reclamando ser una sana herencia para los púberes de hoy.
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