jueves, 24 de julio de 2014

La otra cara de la migración

Caín, ¿qué has hecho con tu hermano? (Gn 4,9).


Fundación Miguel Palomar y Vizcarra


La preocupación de organismos internacionales por los migrantes, de la misma Iglesia o de Instituciones de la Sociedad Civil y de Medios de Comunicación ha generado una mayor conciencia en la ciudadanía sobre este fenómeno. Se realizan Foros, se discute su situación, sus derechos, se busca sean respetados y reconocidos como ciudadanos en donde han decidido asentarse. Pero, aun así, vemos que hace falta se mejoren las condiciones de los migrantes, que seamos más sensibles con quienes van de paso. Aquí, en la Zona Metropolitana de Guadalajara, desde hace años, somos testigos del tránsito de miles de migrantes que, por las avenidas cercanas a las vías del tren, piden nuestra ayuda; Parroquias y Organismos Diocesanos les apoyan con generosidad.


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Todo bien, pero…

Si bien es un aliciente la creciente conciencia y el reconocimiento de los derechos de quienes emigran, el fenómeno en sí no se detiene; por el contrario, crece. Según estadísticas del Banco Mundial, en el año 2000, México se convirtió en el primer país en expulsar más trabajadores migrantes en el mundo. Del año 2000 al 2005, más de dos millones de personas abandonaron sus pueblos, su tierra, en busca de mejores oportunidades de vida. Un estudio más reciente, realizado en 2012 por ONU hábitat, titulado, “Estado de las Ciudades de América Latina y El Caribe”, señala que en 2010 más de 30 millones de ciudadanos latinoamericanos y caribeños (5.2% de la población total) residían fuera de su país de origen. De esta cantidad, cuatro de cada diez eran mexicanos.

Desafortunadamente, México se distingue por ser el país con mayor número de migrantes en el mundo. Casi 12 millones de compatriotas nuestros radican en el exterior, lo que equivale al 10.7% del total de nuestra población. Cinco son los Estados que más expulsan migrantes: Guanajuato, Michoacán, Jalisco, Estado de México y Puebla, en ese orden.


Candil de la calle…

En un mundo globalizado como el nuestro, donde las distancias son cada vez más cortas, el derecho humano a migrar es incuestionable. Bien hacen las Autoridades mexicanas en pedir que se reconozcan y defiendan los derechos de nuestros connacionales en el extranjero, en especial en Estados Unidos. Sin embargo, México se ha convertido, en este tema, en “candil de la calle y oscuridad de su casa”, pues las Autoridades Federales siguen aferradas a “tener la enchilada completa” (como decía Vicente Fox Quesada), haciendo gestiones y cabildeo en el Congreso norteamericano -situación por demás necesaria- por lograr una Reforma Migratoria que beneficie a millones de mexicanos, pero siguen completamente olvidadas de las causas que originan esta masiva migración.

Según cifras de organismos defensores de los derechos de los itinerantes en la Frontera Norte, el 90% de los migrantes mexicanos que reside en California, Estados Unidos, no quería dejar su tierra, pero tuvieron que hacerlo porque no había forma de subsistir en sus lugares de nacimiento. Datos de INEGI (2002) revelaron que 92 de cada 100 connacionales varones migraron en busca de un mejor empleo. De esta forma, las migraciones están condicionadas principalmente por asuntos de sobrevivencia y trabajo.


Arreglemos la casa

Es simple, es sencillo: nuestra gente emigra porque busca sobrevivir, tener una vida más digna, o al menos diferente. No es posible que pretendamos arreglar la casa del vecino sin mirar siquiera la nuestra. Y el asunto se complica más si miramos que la situación aquí no mejora; los “grandes beneficios“ de las tan traídas y llevadas Reformas estructurales no se ven por ningún lado, y el crecimiento económico de México va en franco retroceso. Y si a eso le sumamos la violencia desatada -aunque desaparecida misteriosamente de los Medios- que se vive en el país y que obliga también a emigrar, la esperanza se desdibuja.

México, los mexicanos, pero especialmente las Autoridades, deben generar las condiciones necesarias para que todos y cada uno de los que nacen en nuestra configuración geopolítica tengan las condiciones necesarias para vivir dignamente, como lo marca la Constitución. Mucho bien le haría a nuestros migrantes que sus derechos fueran plenamente reconocidos, pero la migración dejará de ser un problema si la gente, en su tierra, encuentra cómo y con qué vivir. Arreglemos primeramente nuestra casa.


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