jueves, 31 de julio de 2014

A Fray Antonio Alcalde y Barriga

Fray Antonio AlcaldePor un celeste designio, Fray Antonio,

llegaste a nuestras tierras.

Aquí, donde el ensueño y la Cruz

plantaron la simbiosis de espada y teponaztle.

Aquí, donde el destino entreveró

la fragua y el tezontle del tiempo venidero.

Triunfo de vida en el embrión urbano del futuro;

savia y follaje de la bendita ciudad

que nos dejaron: Guadalajara, la del tiempo neogallego.


Ciudad que, como nueva adolescente,

afinaba su rostro y templaba su carácter.

Era el instante que la Providencia

por todos los siglos nos guardara,

para injertar la caridad al corazón

-desde entonces flamante- de los tapatíos.

Porque en toda la Creación, allende y aquende,

no hay obra igual de humanitaria que la tuya.


Traías en tu caldo de cultivo

la sangre de la Hispania ultramarina.

Península de Mártires y Santos,

Madre occidental de nuestra Historia,

y nutricia mitad de nuestra hemoglobina.

Portabas, Fraile Dominico,

un caudal de oficios y virtudes

y el fermento vital del Evangelio,

que nos diste a nosotros, tus hermanos-hijos,

en el amor gratuito de tu pecho abierto.


Ángel de la Guarda de los abandonados,

forjaste con tus manos artesanas

la herencia cabal de tus mamposterías:

¡Cobijo al dolor y recinto a la jaculatoria!


Provecto alarife de la piedra y de la Eucaristía;

Bachiller del calicanto, Doctor, Obispo,

Sacerdote y ¡Apóstol!

Perduró la edad biológica de tus enjutas carnes,

el tiempo cabal de bendecir la piedra

de tus construcciones.

Fábricas sin límite de repartos generosos;

recintos donde salva la miseria humana

el punzante abandono de ser un desvalido,

crucificado en la fiebre y la indigencia.


Viajeros de los siglos, tus anchos edificios,

modelo intemporal del arco y la cantera,

de la cúpula y el patio, la fuente y la techumbre.

Espacios de memoria y anhelo en el presente germinal

de los futuros años.


Allí, donde el hombre ejerce sus quehaceres

de amar sin ataduras.

De amar al que carga la cruz de la pobreza

y el cilicio de la desventura.

Ámbitos profusos de la nueva voluntad

de ser caritativos.


I

Misericordia precisa, con nombre y apellido:

San Miguel de Belén: Hospital.

Y con santidad en la dedicatoria:

“A la Humanidad Doliente”.

Es el acto de Fe que testimonia

tu tránsito por esta vida.

Retícula mirífica donde encuentra

el sufrimiento un esparcido oasis

de manos que lo envuelven,

lo acunan… lo lavan.

Plato y comida, botica y vendas espirales

Cubriendo el descarnado forro de los huesos.

Nervadura de pasillos y patios

y salas y laboratorios.

Y también heladas planchas

donde empiezan aquellos, sin latido,

la callada eternidad de su infinito.


Plexo de bóvedas y paramentos,

construido inmune al vuelo de los años;

el mismo desde tu tiempo al nuestro.

¿Acaso nos lo entregaste niño, y tu santa

Intercesión con nuestro Padre

lo ha hecho como tú, que fuiste un hombre

para todos y por todos los siglos

de los siglos…?


Pasillos que corren como nervaduras

cuando la urgencia electriza los ventrículos.

Quirófanos donde el cuchillo amputa,

hiende, repara, implanta, cura…

Allí también los cuerpos y las alma nuevas

reciben bienvenida al divino don de nacer vivos.


Gente, gente, gente.

Enjambres de blanco que entregan la salud a manos llenas, como un almácigo que diario se renueva.

Retoños del núcleo que sembraste, Dominico.

Médicos nocturnos y diurnos

disparando en chorros de sueros la Esperanza.

Y un ejército de ángeles humanos

con el nombre de Enfermeras,

entregando sus horas al caído;

¡un apósito virtual de amor al prójimo!


Y gente, gente, gente,

en el calvario-regazo de las camas,

con el azoro perpetuo de la especie humana,

esperando en esas manos el alivio milagroso

que todavía tu espíritu reparte,

así como Jesús multiplicó los panes.


¡Fray Antonio, Fray Antonio…! El eterno Fray Antonio.

El de “Las Casitas”, el de Belén, el del Santuario, el del Panteón, el de la Universidad…

“El Fraile de la calavera”!

¡El Santo que nuestra voz proclama

en el íntimo altar de nuestro pecho, de nuestro anhelo,

porque la santidad es una vida de amar, como fuimos amados por el Hijo del Hombre… Jesucristo!


Dr. Juan Bernardo Guzmán-Alemán Serratos.

Julio 7 de 2014, en el 222º Aniversario de la Muerte del Benefactor Insigne de Guadalajara.


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