jueves, 17 de julio de 2014

Hay que darle tiempo al tiempo

JUAN LÓPEZ VERGARA


Nuestra Madre Iglesia dispone un pasaje del Santo Evangelio que contiene tres Parábolas y la explicación de una de ellas. En todas, Jesús asegura que el “Reino de los Cielos”, es decir, el generoso Proyecto de Dios, necesita tiempo para su instauración (Mt 13, 24-43).


LA ESPLÉNDIDA PACIENCIA DE DIOS

En la Parábola de la Cizaña son dos los personajes principales: un hombre que ha sembrado buena semilla en su campo (véase v. 24), y un enemigo de él, que mientras sus trabajadores dormían, “sembró cizaña entre el trigo y se marchó” (v. 25). Cuando brotó la hierba, los criados se dieron cuenta de la cizaña y, enseguida, preguntaron: “Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?” (v. 27).

Los criados, entonces, ofrecieron a su amo ir a cortarla (véase v. 28). Pero él ordenó: “No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla; y luego almacenen el trigo en mi granero” (vv. 29-30).


EL SEÑOR MORA EN LA PACIENCIA

Jesús destaca la infinita paciencia de Dios, que se traduce en bondadosa espera, pues asume la realidad de la coexistencia del Bien y del Mal, que también acontece en nuestro propio corazón.

En un texto muy antiguo, entre los “mandamientos” que oye el Pastor de Hermas, incluye el de saber esperar: “La paciencia es dulcísima, más que la misma miel, útil para el Señor, y en ella mora Él. En cambio, la impaciencia es amarga y sin provecho” (Pastor de Hermas, Mand. V, 1,6).


NADIE SUPERA A DIOS EN MISERICORDIA
Hace unos años, prediqué unos Ejercicios con los Monjes Benedictinos. Un día de la semana meditamos en torno al sano, santo y agudo sentido del humor de Jesús. A petición expresa del Prior, para concluir la jornada, conté un chiste: “Era un paciente que por primera vez acudía al Psiquiatra. Al estar abriendo la puerta, dijo: ‘Doctor, sospecho que tengo doble personalidad’. El Psiquiatra le contestó: ‘Pase, ahora mismo nos bebemos un vino los cuatro’”.

Al día siguiente, durante el coloquio en que poníamos en común nuestras experiencias, sorpresivamente, un Monje se refirió al chiste: “Cuando voy a orar, llevo ante el Señor a los dos Monjes que habitan en mí: el Monje que en realidad soy, con mis dones, contrariedades y miserias, y el monje que estoy llamado a ser por la Misericordia de Dios. Él, con su inefable bondad, nos recibe con los brazos abiertos”. ¿Acaso no confesó San Pablo convivir con semejante contradicción interior? (compárese Rm 7, 19).

Sin embargo, “aunque nuestra conciencia nos condene, Dios, que lo sabe todo, está por encima de nuestra conciencia” (I Jn 3, 20). Vivamos, por tanto, con la confianza de que nada puede superar la Misericordia de Dios, aprendiendo de Él mismo a “darle tiempo al tiempo”.


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