Cardenal Juan Sandoval Íñiguez
Arzobispo Emérito de Guadalajara
En varios pasajes de la Sagrada Escritura se pondera la belleza del Monte Carmelo, ahí donde el Profeta Elías purificó la Fe de Israel de la idolatría de los dioses cananeos. Muchísimos años después, ya en el Siglo XII de nuestra Era, se reunieron ahí varios ermitaños para dedicarse a la penitencia y a la contemplación, bajo la protección de la Santísima Virgen María del Monte Carmelo. Así nació la Orden Religiosa Carmelitana.
Raíces, ramas y frutos
Cuando la Tierra Santa cayó en poder del Islam, los Monjes se vieron precisados a huír a Europa. En 1226, el Papa Honorio III aprobó su Regla de vida en Monasterios. La Fiesta de Nuestra Señora del Carmen se celebra el 16 de julio porque fue el día en que, según la tradición, la Santísima Virgen María, en el año 1251, entregó a San Simón Stock el Escapulario, con promesas de especiales favores espirituales y temporales para quienes lo lleven dignamente hasta su muerte, como signo de devoción verdadera a la Madre de Dios. Años después, al Papa Juan XXII también se le apareció la Santísima Virgen y le repitió las promesas del Escapulario.
El Carmelo es un árbol frondoso, nacido en Oriente y transplantado a Occidente, donde ha crecido y producido grandes frutos de santidad y de vida cristiana. Por ejemplo, al lado de la Orden Primitiva han surgido innumerables Órdenes y Congregaciones Religiosas de hombres y mujeres, de vida contemplativa o de vida activa, que se consagran a Dios, atraídos por la mística del Carmelo. Entre los místicos más sobresalientes de la Cristiandad, se cuentan Carmelitas como los españoles San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila. Muchos Santos más ha dado la Orden, algunos muy populares, como Santa Teresita del Niño Jesús, francesa; Santa Teresita de los Andes, chilena, y Santa Benedicta de la Cruz, Mártir, judía convertida a la Fe en Cristo, gracias a la lectura de las obras de Santa Teresa, Doctora de la Iglesia.
Un valioso regalo
La espiritualidad Carmelitana se ha participado también a los Laicos, en lo que se llama la Tercera Orden, cuyo signo de pertenencia es precisamente el Escapulario, que viene a ser una reducción del hábito monástico, para que los Seglares puedan portarlo (sobre su pecho y espalda) como signo de verdadera devoción a la Virgen María, como compromiso de vida acorde con los Mandamientos de Dios, y como prenda de Salvación.
El Escapulario no es un amuleto. Cuenta a este propósito San Alfonso María de Ligorio que en Nápoles, de donde él fue Obispo, una prostituta oyó en un Sermón ponderar las promesas del Escapulario, y sin más, acudió a que se lo impusieran, pero siguió su vida de pecado. Años después, enfermó gravemente, y cuando estaba a punto de morir, comenzó a pedir, a gritos, que le quitaran aquello que le quemaba el cuello. Acudieron las Religiosas Enfermeras, le quitaron el Escapulario y enseguida murió.
Todavía hace algunos años, los padres de familia procuraban que a sus hijos, desde pequeños, se les impusiera el Escapulario. Esta sana costumbre ha ido perdiéndose, y el resultado es que disminuye la devoción a Nuestra Señora y que muchos cristianos no traen consigo ningún signo que los identifique como tales, sino algún amuleto, de esos que tantos y tanto se usan sin sentido alguno, en lugar del Escapulario mariano, de una Medalla o de una Cruz, que son signos de Fe y protección contra las fuerzas del Mal.
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