Un ejemplar testimonio del discípulo misionero
“No, ¿cómo se va a quedar Colima sin Sacerdotes?” Ejerció su
ministerio en Comala.
Pbro. Germán Orozco Mora
Mexicali, B.C. Mexicali, B.C.
“Acabo de fusilar a su hermano: mande recoger el cuerpo”. Así le dijo el General Flores, a María, la hermana del Padre Miguel, al presentarse en su casa. Y enseguida entró a la habitación del Mártir para saquearla. Era el domingo 7 de agosto de 1927.
Colima fue el primer Estado del país en reglamentar y aplicar el Artículo 130º Constitucional, cuando el 24 de febrero de 1926, Francisco Solórzano Béjar, siendo Gobernador, expidió el Decreto 126, mediante el cual exigía la inscripción de los Sacerdotes, a fin de otorgarles la licencia para ejercer su ministerio.
El 31 de julio de 1926, el Episcopado Mexicano, en protesta por la Ley promulgada por el General Plutarco Elías Calles, Presidente de la República, ordenó a Obispos y Sacerdotes de toda la Nación la “suspensión de cultos” para exigir al Gobierno respetar la libertad religiosa. La Iglesia Católica le entregaba al Estado los bienes materiales, no los espirituales.
Mas, la intransigencia del Primer Mandatario era clara: no sólo les arrebató Templos, Orfanatorios, Asilos de ancianos, Seminarios, Casas de Religiosas, etcétera, sino prohibió el culto. Entonces el pueblo católico mexicano se unió para protestar por esos atropellos, como sucedió en Jalisco con la Unión Popular, o con la Liga de Defensa de la Libertad Religiosa, en la Arquidiócesis de México, y como acontecería también en Baja California, en Querétaro, y particularmente, como en este caso, en Colima, de donde surgirían Mártires como el Padre Miguel de la Mora, canonizado por el Papa Juan Pablo II el 21 de Mayo de 2000, durante el Jubileo de México en Roma por el Segundo Milenio de La Redención.
La fragua de los ataques
Se sabe que en 1926, un Regimiento del General Manuel Ávila Camacho estaba posicionado en Sayula para entrar por San Gabriel, Zapotitlán de Vadillo (de aquí fue Párroco el Padre De la Mora), Mazatán, La Capacha, San José del Carmen, y luego avanzar hacia las faldas del Volcán de Fuego de Colima. Era un plan de guerra contra los Cristeros, dirigido por el General Joaquín Amaro, Ministro de la Defensa, quien establecido en Colima, coordinaba los movimientos con fecha, día y hora.
El Cronista Jesús Negrete Naranjo, en su obra “Guerrilla Cristera; Sur de Jalisco, Volcán de Colima y Michoacán”, asienta que las columnas exploradoras hallaban las montañas desiertas; los Cristeros se les escurrían por andurriales que ellos conocían como la palma de su mano, y les tocaban el cuerno por la retaguardia; otros, en la parte alta, les soltaban pericos entrenados a gritar en coro “¡Viva Cristo Rey!” desde el fondo de las profundas barrancas, en las cuales bien cabían quinientas catedrales de Colima; los federales tiroteaban los gritos y los ecos de estos relámpagos verdes que los acosaban.
Lenta y humilde escala
Miguel de la Mora nació en Tecalitlán, Sur de Jalisco, el 19 de junio de 1874, siendo bautizado al día siguiente. Después de la Primera Comunión y los estudios básicos, Miguel vivió en El Rincón del Tigre, rancho familiar, donde trabajó duro. Al morir su padre, pidió un día a su hermano Regino: “Quiero que me lleves a Colima, yo quiero entrar al Seminario”. Tenía entonces 26 años de edad. Y a los 32 años fue ungido Sacerdote, en 1906. Sus destinos fueron: sucesivamente: Tomatlán, Comala, Colima y Zapotitlán.
En 1926, el Padre Miguel Mora de la Mora y todos los Sacerdotes diocesanos firmaron un escrito de protesta contra las Leyes persecutorias de la Iglesia y de adhesión a los Obispos. La Declaración, hecha pública, terminaba así: “No, no somos rebeldes, ¡Vive Dios!, somos simplemente Sacerdotes católicos oprimidos, que no queremos ser apóstatas, que rechazamos el baldón y el oprobio de ser Iscariotes”. Las consecuencias de este escrito fueron, sin excepción, la persecución y procesamiento del Obispo y sus Sacerdotes. Unos, se ocultaron; otros, fueron desterrados, y algunos sacrificados. En tanto, muchos católicos iniciaron la defensa armada de su Fe. A este respecto habría que consultar la obra en dos tomos de Editorial Jus: “Los Cristeros del Volcán de Colima”.
Al Padre De la Mora, sus hermanos no pudieron convencerle de que se escondiera en El Rincón del Tigre: “No, dijo, ¿Cómo se va a quedar Colima sin Sacerdotes?”
Descubierto por el General José Ignacio Flores, Jefe de Operaciones Militares, y al reconocerlo como Sacerdote, lo apresó, aunque luego salió libre bajo fianza; pero entonces, el General le amenazó con que si no abría al culto la Catedral colimense lo iba a encarcelar de nuevo. Y, próximo a vencerse el plazo fijado al Padre Miguel, éste le pidió a su hermano Regino: “Ya no aguanto, llévame al rancho”. Sólo que en el trayecto fue descubierto por unos agraristas que lo entregaron al General Flores la madrugada del 7 de agosto de 1927.
¿Qué está haciendo aquí, Padre?, le preguntó el militar. “Pues aquí me tienen”, respondió el Padre Miguel. Entonces, furioso, el genízaro le gritó: “Pues ahorita se lo va a llevar la tiznada; lo vamos a fusilar”. Al escuchar lo anterior, el Padre sacó su rosario y comenzó a rezarlo. Así fue llevado al paredón de fusilamiento, donde cayó abatido por una descarga. Entre lágrimas, una soldadera que presenció el fusilamiento les informó a los vecinos: “Acaban de matar a un Padrecito, allí en el Cuartel. Lo pusieron pegado a la barda y le dieron de balazos y luego el tiro de gracia”.
Sobre la vida y martirio de San Miguel Mora de la Mora, anotan Miguel Aguirre Radillo y el Padre Crispín Ojeda Márquez, que lo más sobresaliente del Mártir fue su sencillez y la entrega que hizo de su vida sacerdotal en favor de los más pobres, a quienes socorría caritativamente. Una de las frases que describe, sin duda, al Padre De la Mora, cuyas reliquias se encuentran en la Catedral de Colima, es ésta: “No, ¿cómo se va a quedar Colima sin Sacerdotes?”.
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