jueves, 17 de julio de 2014

Tarea trascendente: El cultivo del pensamiento católico

LUIS DE LA TORRE RUIZ

MÉXICO, D.F.


Cada vez, la Cultura está mucho más difundida entre las masas. La gente de hoy sabe, en general, más cosas. Sin embargo, en el fondo de ese amplio conocimiento permanece el sentido de pobreza, por no decir de una miseria cultural que carece de alma. Los teléfonos celulares, usados tan a la ligera y de manera tan tonta e intrascendente, son, sin embargo, un instrumento maravilloso que en un instante responde a cualquier pregunta que tengamos y enseguida nos saca de dudas.

En la casa de ustedes, los sábados, se acostumbraban unas largas sobremesas en las que se discutía de todo y, frecuentemente, se llegaba a callejones sin salida, porque cada quien tenía un criterio diferente sobre el punto a discusión. Hoy, cualquier asunto en el que haya controversia se aclara digitalmente al consultar ese descubrimiento asombroso. Empero, con esto no quiero decir que la Cultura esté al alcance de la yema de los dedos. De ninguna manera. Se trata sólo de una aclaración muy oportuna para continuar con el tema a partir de nuestra ignorancia.

La tecnología perfecciona día a día el entretenimiento, y la Cultura moderna apenas es un puñado de información o de conocimientos manipulados conscientemente para que no exista relación alguna con el espíritu.


Vendiendo el Semanario


Tratando de ahondar

Pero, ¿qué es la cultura? Empezó a llamársele así a un ejercicio intelectual, a una cierta sabiduría; es decir, a un cultivo de conocimientos, como al tratarse, por ejemplo, de los conocimientos del campo, con la agri-cultura, o de las abejas, con la api-cultura. A medida que se desarrollaba la Historia del Pensamiento, el concepto “Cultura” se amplió a espacios infinitos, como la propia mente, al grado de que hoy es imposible, a veces, entender los “rollos” de esos cultos intelectuales de élite que pontifican y parecen ser la verdad misma, imponiendo un criterio, ante todo, materialista.

Hoy entendemos por Cultura no sólo la excelencia en el gusto por las Bellas Artes y las Humanidades, sino también las distintas maneras en que la gente vive en diferentes partes del mundo. La verdadera Cultura se entiende como el cultivo de cualquier facultad que posea el ser humano; esto es, como la formación de la mente. Así, para tener Cultura no es necesario un conocimiento enciclopédico. Basta con un orden de ideas alrededor de un campo delimitado: la Vida, la Microhistoria de un pueblo, el Cine, la Gastronomía, el Indigenismo, la Parroquia.

Lo importante es que en cualquier conocimiento esté inmanente el espíritu, que permanezca la eterna pregunta del quiénes somos y a dónde vamos. Sin eso, todo conocimiento estará cojo. Una auténtica Cultura hace más humana la vida, tanto en la Familia como en toda la Sociedad Civil. De no ser así, la Cultura circulará entre la muchedumbre como una “cosa”, como un producto estéril, por mucha erudición que tenga.


El matiz de la incredulidad

Y ése es precisamente el asunto. La Cultura, en manos o en la mente de los intelectuales, está permeada de ateísmo. Así la transmiten, así la hacen sentir. Una Cultura poderosa bien puede minimizar o borrar a aquella otra que ha dejado de cultivarse. Por eso es tan importante la continua revalorización de nuestra Cultura. Me refiero, en este caso, a la Cultura Cristiana. Europa, la hija consentida de la Iglesia, se encamina peligrosamente hacia una Sociedad atea. Lo son, ya casi del todo, países como Letonia, Estonia y Lituania.

Las demás naciones, aparte de su laicismo en general, abrigan ya en su seno una fuerte y decidida migración musulmana que amenaza con borrar el Cristianismo que queda. En América, la proliferación de las sectas está distorsionando poderosamente la Cultura Cristiana manejando a su antojo la interpretación de los Evangelios. Sus predicadores se hablan de tú con el Espíritu Santo y llenan sus asambleas con desertores del Catolicismo, en su mayoría ignorantes de su Cultura.

Ante esos retos, el católico habrá de reaccionar fortaleciendo su Fe y revalorizando su Cultura Cristiana, tan espléndida, y que llena 20 siglos de Historia.


Recursos propios

Para volver a las bases, un instrumento ideal es la palabra escrita. Determinado tipo de Prensa puede cubrir ciertos campos del pensamiento manteniendo editorialmente, como columna vertebral, los valores del espíritu. Un ejemplo es la publicación de este Semanario. Su línea editorial es el fiel cultivo de una información que cuenta, número a número, con el Mensaje del Pastor; que le da su espacio lo mismo a las pequeñas Parroquias que a la voz del Papa; que cubre atento la vida pastoral; que busca el contacto con los Laicos como es el respaldo a ese Premio Católico al Comunicador, que lleva el nombre de “José Ruiz Medrano”, y que a la fecha le ha sido concedido a 36 Periodistas, Catedráticos, Escritores, Fotógrafos, Profesionales de Radio y Televisión, y pensadores católicos. Buen acervo para un plan en conjunto.

Frente a una Prensa sólo informativa, sin trascendencia para el espíritu, este quehacer periodístico del Semanario, que cumple cubriendo eficazmente una Cultura Diocesana, puede tomarse como ejemplo para otras ediciones que vayan cubriendo alternos campos culturales, como puede ser el obrero, el artístico, el regional o provinciano, el mero pensamiento católico. La tierra está húmeda para su cultivo. Falta poner en acción ideas y generosidad, unidad y conciencia de que la Cultura no debe ser ni atea ni elitista. Nos pertenece. Sólo requiere de nuestra voluntad y esfuerzo.


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