jueves, 10 de julio de 2014

Predicación y Vida

San Benito, Padre de

Europa, un modelo para todos los tiempos


Cardenal Juan Sandoval Íñiguez

Arzobispo Emérito de Guadalajara


Hay personas que trascienden y cuya influencia no sólo perdura, sino que se amplía al correr del tiempo; son seres humanos que con su pensamiento o sus obras marcan el rumbo a seguir. Tal es el caso de San Benito Abad, que nació el año 480 de nuestra Era, en Nursia, en la Umbría, de familia noble, y que desde su juventud buscó la soledad para dedicarse a la oración. Estuvo primero en Subíaco, en un Convento al borde de un precipicio, y luego en Montecasino, en una montaña al Sur de Roma, donde fundó un Monasterio y una numerosa Comunidad de Monjes.

Ahí redactó, hacia el año 529, la que sería célebre “Regla de San Benito”, que ha sido la pauta para el Monacato y en general para toda la Vida Consagrada en el Occidente hasta el día de hoy. Los grandes Fundadores de Órdenes Religiosas como San Bernardo, Santo Domingo de Guzmán, San Francisco de Asís y San Ignacio de Loyola adoptaron la Regla Benedictina en lo fundamental. La razón de esto es que refleja el carácter noble, mesurado y ecuánime de un patricio romano como lo fue San Benito.

La Regla por él dictada y vivida, evita los excesos, incluso hasta de las penitencias extremas de los Monjes del Oriente. La consagración total a Dios se hace mediante los tres votos: de pobreza, castidad y obediencia. El tiempo de los Monjes se emplea en oración y trabajo (“Ora et labora”, es el lema y premisa). Y la finalidad de la vida religiosa es buscar la perfección cristiana y la salvación eterna.


san benito


Una obra que irradió y trascendió épocas

Sin pretenderlo precisamente, los Monasterios Benedictinos se convirtieron en Centros de Cristianización y de Civilización para aquella Europa destrozada con la caída del Imperio Romano, debido a la invasión de los bárbaros y convertida en un caos a consecuencia de la violencia y la ignorancia. La Sociedad fue poco a poco llevada a la Fe Cristiana y al orden de la Ley, gracias a la labor paciente de los Monjes, que además de abocarse al estudio y a la oración, se dedicaron a la agricultura y la enseñaron; a la cría de ganado, mejorando las razas; disecaron pantanos, abrieron canales para el riego, cultivaron cereales y viñedos, y fueron los inventores de los mejores vinos y licores que hasta ahora conocemos.

Por otra parte, en el área intelectual e histórica, lo que sabemos del período clásico greco-romano, lo debemos a los Monjes, toda vez que, con enorme sacrificio y paciencia, muchas veces a la luz de una vela y bajo intenso frío, dedicaron días y años a copiar los manuscritos de la antigüedad, que se habían salvado de desaparecer por la acción del tiempo o por la mano del hombre.

Las cifras son elocuentes: hacia comienzos del Siglo XIV, los Benedictinos habían dado a la Iglesia 24 Sumos Pontífices; 200 Cardenales; 7 mil Arzobispos; 15 mil Obispos y mil 500 Santos canonizados. Es más, en su mejor momento, llegaron a existir en Europa 37 mil Monasterios Benedictinos, lo cual refleja su enorme importancia e influencia.

La Sede principal, símbolo de la grandeza y permanencia de la obra del Abad San Benito de Nursia, es el Convento de Montecasino por él fundado, que fue saqueado por los lombardos en el año 589; destruido por los sarracenos en 884; echado a tierra por un terremoto en 1549; saqueado por las tropas napoleónicas en 1799, y seriamente dañado por las bombas de la Segunda Guerra Mundial, en 1944. Convento construido y vuelto a edificar una y otra vez, grandioso y bello, es ahora centro obligado de peregrinaciones desde todas partes del mundo cristiano.


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