Juan López Vergara
El Evangelio que nuestra Madre Iglesia celebra hoy, revela que Jesús creció al amparo de unos piadosos padres, quienes fueron al Templo, donde se encontraron con unos venerables ancianos, que vieron colmadas sus esperanzas en el pequeño Jesús, llamado a ser Gloria de Israel y Luz de los paganos (Lc 2, 22-40).
PARTICIPAR DEL SUFRIMIENTO REDENTOR
Cumplido el tiempo de la Purificación de María, Ella y José llevaron al Niño para presentarlo en el Santuario y hacer la ofrenda de los pobres como rescate por su primogénito; prescripción que no era obligatoria, pero la gente devota estimaba conveniente (véanse vv. 22-24). El Evangelista San Lucas subraya el respeto de la Sagrada familia a lo estipulado en la Ley (compárense vv. 22.23.24.27 y 39).
En Jerusalén vivía un hombre justo, temeroso de Dios, amante de su pueblo, a quien el Espíritu Santo le había revelado que no moriría sin haber visto al Mesías (vv. 25-26). En Simeón se extiende el Antiguo Testamento hasta empalmar con el Nuevo. Cuando entraban José y María, aquel varón tomó en brazos a Jesús y bendijo a Dios diciendo: “Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; Luz que alumbra a las Naciones y Gloria de tu Pueblo, Israel” (vv. 29-32). Jesús es el Mesías enviado a salvar no sólo a su Pueblo, sino a todos los hombres (compárense Is 49,6).
Sus padres estaban admirados de lo que Simeón decía de Jesús, y entonces profetizó su destino dramático, estrechamente unido al de su Santísima Madre, que implica una vinculación trascendente, superior a los lazos de carne y sangre: la fidelidad del discípulo, que participa del sufrimiento redentor de Dios (vv. 33-35 compárense Lc 11, 27-28).
‘HABLABA DEL NIÑO A TODOS…’
Después intervino Ana, una viejecita viuda, figura de los pobres de Yahvé, los cuales esperaban en oración y pobreza la llegada de la Salvación (véase vv. 36-37). Aquella mujer, consagrada a Dios e intérprete de sus designios, se acercó en aquel momento dando gracias, y “hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel” (v. 38).
AL ABRIGO DE SUS PADRES,
JESÚS MADURÓ
El término referido a la liberación es ‘rescate’, y esto nos conduce al gran evento salvífico de la historia israelita: el rescate de la esclavitud de Egipto, que se celebraba en la ceremonia de la presentación del primogénito (compárense Ex 13, 13-15; 34, 20). Al abrigo de sus santos padres, Jesús maduró, y la benevolencia divina estaba con Él (véanse vv. 39-40).
Aquellos abuelitos, hijos fieles de la Alianza, cuyo testimonio alentó y profundizó la Fe de María y José, comenzaban su vida como una familia, fortaleciendo su comprensión de que el Hijo de María pertenece a Dios. ¿Acaso la Sagrada familia incluye a todos aquellos que son consolados por la presencia del Niño-Dios? ¡Qué admirable y digna de gratitud es la Fe los abuelos!
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