A discusión…
Texto y foto:
Pbro. Alberto Ávila Rodríguez
Tijuana es la frontera “donde empieza la Patria”… aunque para algunos es el lugar donde acaban las esperanzas; ciudad bizarra donde muchos transmigran de cultura en cultura, desterrándose de sus orígenes, influidos por el arcoiris rico y amplio de muchos pueblos de México. Ahí, diariamente está llegando gente de todos los rincones de la patria polícroma, rica en sabores y esencias, pero tan dispareja en oportunidades de letras, de trabajos y de comida. Núcleo inmenso de humanidad y desventura, donde miles de compatriotas esperanzados arriban procedentes de indistintas regiones para satisfacer hambres ancestrales.
Sin embargo, aquí existen pocas ofertas de trabajo, aunque abundan diversas religiones que ayudan a satisfacer el hambre espiritual, así como otros que dan explicaciones fáciles al dolor y a la soledad. Tijuana es una ciudad que se pinta de hermosas esperanzas; sus pobrezas se atemperan en la lucha, aunque a veces se desinfla o se corrompe en políticas extraviadas.
Mas, lo importante aquí es que en Tijuana se encuentra la línea fronteriza, o “el bordo”, donde se agolpan cientos frente a las bardas erizadas de púas, impulsados por la necesidad o por el sueño de una urgente mejoría; donde todos quieren correr esa aventura de pasar al “otro lado”, y de aprovechar alguna “oportunidad”.
Ahí, al pie de esa línea precisamente, ha surgido un conglomerado de más de medio millar de candidatos al regreso al “sueño americano”. Estaban ya en “el otro lado”, pero afirman que fueron arrojados de allá sin misericordia, y ahora reclaman un estatus de derechos que el tiempo les dio, aunque no la Ley. Cualquier bandera para estar ahí es válida.
De ser un lugar, se convirtió en una asociación civil que aglutina a toda clase de gente necesitada, tanto los que han extraviado sus pasos en alguna dependencia física o emocional, como los oportunistas de última hora… mas, todos, manteniendo sus sueños merced a la caridad de otros. Hay allí casas de campaña donadas por grupos sociales, y de vez en vez reciben una sopa caliente de parte de diversas organizaciones religiosas, y hasta de gobiernos locales que publicitan a gritos mediáticos estas ayudas simplemente humanitarias, que no debieran tener color político. Pero, en fin, estos deportados son carne de cañón para todas las propuestas sociales, son banderas de la oposición de todo signo y, para los tijuanenses de corazón, una lacra social que merecería mejores respuestas.
Señala un periódico local que más del 70% de los ahí avecinados fueron arrojados por políticas migratorias, pero que también hay drogadictos y enfermos mentales reducidos a esa situación lastimosa por tanto dolor, o tal vez de origen. Lo que sí existe ahí, por encima de satanizaciones y oportunismos, es mucho sufrimiento humano. Recientemente, a 23 habitantes de ese campamento se les consiguió un boleto de regreso a sus lugares de origen; pero la mayoría continúa aferrada a la ilusión inalcanzable de ser ciudadanos de un mundo de mejores oportunidades.
En las cercanías pueden leerse citas bíblicas para llamar a la misericordia, o frases altisonantes contra autoridades locales.
Muchos han encontrado una poca ayuda en organismos locales, pero también se ha engendrado a su alrededor una ola de odio y desatención; incluso, el acoso de la Policía citadina. Vecinos a este grupo recién establecido, viven alrededor de otras 1,500 personas en la canalización de río; ahí, entre recovecos o bajo algunas mantas colgadas de cualquier palo se han establecido permanentemente a la espera.
Abundan las violaciones sistemáticas a ese mundo de pobreza, salidas del mismo aparato gubernamental, según denuncian diversas organizaciones sociales, aunque, al mismo tiempo, no faltan distintas “Casas del migrante”, de espiritualidad humanitaria, que ofrecen un paliativo a este problema mundial y arcaico de tanta gente: la migración.
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