jueves, 9 de enero de 2014

Un triángulo amoroso de perfección

Hacia un Matrimonio feliz


Karla Alcázar, Carla Godínez y Giselle Arizmendi (Estudiantes de la Licenciatura en Ciencias de la Familia, del Instituto Superior de Estudios para la Familia, Juan Pablo II)


No hay un ser humano que no necesite del otro; es su naturaleza”, a la vez que el ser humano fue hecho para el amor y por el amor. Se necesita de la otra persona para que el desarrollo de las potencialidades y capacidades humanas pueda llevarse a cabo, y es sólo a través de la relación hombre-mujer como ambos pueden lograr su plenitud, debido a que son complementarios física, psicológica y espiritualmente.


Una relación de pareja es dejar de ser uno solo, para convertirse en un nosotros; sin embargo, para ser un nosotros es necesario que aprendamos primero a ser uno solo.

Antes de llegar a una plenitud en pareja, cada persona debe desarrollar primeramente esta plenitud en su propia existencia. Tenemos que conocer nuestra persona completa, saber qué somos, quiénes somos y cómo somos, para poder llegar, junto con el otro, a lo que queremos, quiénes queremos ser, y saber hacia dónde queremos caminar.

No se trata de buscar en el otro la plenitud, sino compartir la plenitud personal con la otra persona, compartir esa felicidad individual y comenzar a cultivarla dentro de este triángulo amoroso de perfección.


Hombre y mujer son iguales en dignidad, pero distintos en funciones


Jaques Lacan decía que la mujer no existe, y no porque físicamente no hubiera mujeres, sino por la amplia gama de cualidades que una mujer puede adquirir. Es en la Biblia donde podemos encontrar (Prov. 31, 10-31) que la mujer es confiable, fiel, muy trabajadora, previsora, fuerte, digna y sabia al hablar, entre muchas otras virtudes que caracterizan a la mujer ejemplar.

“Una mujer perfecta es la alegría del marido, que pasará en paz los años de su vida. Una mujer buena es una herencia preciosa, concedida a los que temen al Señor; sean ricos o pobres, su corazón está contento, y tienen siempre rostro alegre” (Eclo. 26, 2-4).

La mujer fue hecha para ser ayuda del hombre; pero, a pesar de ello, en el mundo no se valora a alguien que es apoyo; al contrario, muchas veces se le desprecia y minimiza, se le discrimina como a una persona de segunda categoría.

La mujer forma un equipo junto con el hombre; está sometida siendo su ayuda (1 Pe. 3, 1). Mas la sumisión de la que se habla aquí es una sumisión activa; debe, en justicia, opinar, sugerir, tener iniciativas y darlas a conocer.


“El varón crece generalmente en comprensión al lado de la mujer, y la mujer en firmeza al lado del varón”


Es necesario romper los mitos que rebajan al varón como si fuera un simple animal. Perfecto modelo tienen los varones en Cristo, que ha venido a dignificar a la Humanidad, y a sus miembros como Santos en potencia.

Algunos rasgos que caracterizan a un hombre son la obediencia, la disposición y la decisión de acatarlo a Él. El varón suele inclinarse más a los instintos; pero, gracias a la voluntad, es capaz de controlarlos y convertirlos en una práctica constante de la dinámica; toma iniciativas y, al mismo tiempo, está bajo una orden y una actitud de Fe. Es capaz de alcanzar un alto grado de atención en una sola cosa. Es leal; Cristo mismo, Dios hecho hombre, muestra su lealtad al morir en la Cruz. Es admirable su valentía y su sed por la justicia, lo cual no significa que sea agresivo o violento. Es valorado como proveedor y por su instinto protector. Gobierna y ejerce autoridad en el amor; guía y reprende.

Y así, una vez que tenemos conciencia de las características que nos corresponden como hombre o como mujer cristianos, es necesario conocer el Plan de Dios para nosotros a través del Matrimonio, ya que es a través de este Sacramento como podremos perfeccionarnos y perfeccionar nuestra manera de amar. Y qué mejor que practicarlo durante toda la vida con una misma persona, formando una pareja bendecida por Dios. Cuando el hombre y la mujer frente al Altar se prometen amor “hasta que los muerte los separe”, están invitando a Dios a sus vidas, ya que Él es el Amor mismo, un Amor perfecto, y es únicamente a través del amor como se puede llegarse a la plenitud, a esa realización que conduce al encuentro de la verdadera felicidad.

Sabemos que el otro no es perfecto, que no puede satisfacernos por completo, y que muchas veces aparecerán obstáculos para perfeccionarnos; empero, al involucrar a Dios, se obtendrá una fuente de ayuda para superar las adversidades en paz y esperanza.



Si quieres algo eterno, busca la fuente eterna, ten un triángulo amoroso de perfección invitando a Dios a tu Matrimonio para que así sean entonces Hombre, Dios y Mujer.



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