Texto y Foto: Pbro. Alberto Ávila Rodríguez
Aletargado por el cansancio, dormido y ya soñando, la cabeza reclinada cambia la posición a cada rato, recargado a un muro adusto. Así estaba el hombre tirado. De alcoba, la calle. De cabezal, una piedra apenas labrada, por la que ha pasado inclemente el tiempo. Cantera casi bruta, con pocos ornamentos; de edad casi centenaria.
En su vigilia de medio pelo le llegaron imágenes grabadas en el aula. Aparece Juárez con sus historias de la Reforma. Se le han cruzado Batallas de la Independencia a campo abierto entre cerros o siguiendo el curso de los ríos. ¡Hasta Cuauhtémoc ha visitado sus delirios oníricos!
En secuencia, saltando siglos, se vio vistiendo su calzón de manta y comprando en tiendas de raya, firmando con su cruz temblorosa la libreta de las deudas. Llegaron los revolucionarios engreídos, atravesadas sus cananas al pecho… Y, sin aviso, el episodio cambia: ahora contempla cristeros animosos, sobre acémilas que dibujan su costillar hacia afuera.
Y luego, la revolución de los insultos: discursos y líderes sindicales. Adivinó que la pobreza visitaba otra vez la Patria. Ya despierto, desfiló presurosa la historia presente de esa piedra…
Era almohada de inmigrante, desempleado, lunático que vaga buscando mendrugos de pan. La verdad es que la historia de los siglos no cambia tanto. Otros escenarios, vestimentas, ruinas; gente de diversa ralea; la misma cantaleta: abundan los excluidos.
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