jueves, 23 de enero de 2014

Mirada a los olvidados

Aprendizaje diversificado

Inserción en la Pastoral Penitenciaria


Diácono José Luis Íñiguez García,

4° Teología.


El Seminario no es sólo una Institución de formación de las ciencias y virtudes intelectuales propias del sacerdocio, sino es el espacio propicio para que el seminarista vaya conociendo mejor a Cristo y a sí mismo, a fin de lograr imitarle como Buen Pastor que da la vida a las ovejas. Ahí, pues, se logra que el alumno adquiera una formación integral; esto es, que forme tanto su mente como su corazón.

Para formar la mente, está el estudio, la reflexión, la asistencia a clases y la investigación; para formar el corazón, la oración, la fraternidad, el apostolado y las obras de caridad. Es en esto último en lo que nos detendremos un poco.

El apostolado consiste en llevar a Cristo hacia una realidad concreta y delimitada; es saber hacer presente el Reino de Dios con la propia presencia. No se busca otra cosa sino dejar a Dios ahí, para que la gente lo conozca mejor, lo ame, lo siga y lo comparta.

Ahora bien, en el Seminario podernos ejercitarnos en diversos tipos de apostolado: el Parroquial; el Sanitario (Hospitales, Centros de Salud Mental); el de Caridad (Orfanatos, Asilos, Casas Hogar) y, el de la Pastoral Penitenciaria (Cárceles y Reclusorios).


HACIA LOS MÁS OLVIDADOS
Siendo, como hemos dicho, el apostolado, un medio para formar el corazón del seminarista, este corazón debe incluir, sobre todo, a quienes se sienten mayormente excluidos de la comunidad. Tal es el caso de los detenidos y presos.

En el Seminario Mayor de Guadalajara se designa cada año a un grupo de seminaristas preparados especialmente para ejercer esa pastoral. Ellos, distribuidos en grupos, visitan el Penal Femenil, el C.R.S (Centro de Readaptación Social), mejor conocido como “de Puente Grande”, dada su ubicación; el Penal Preventivo y el Penal Federal. ¿Cómo se ejerce ahí el apostolado? Pues haciendo llegar la Palabra del Evangelio, la Buena Nueva de la Salvación a aquellos hermanos que por algún motivo se encuentran privados de su libertad. Se trata de hacer sentir, a todos, más allá de que se hallen cumpliendo legalmente una condena por alguna falta cometida, que son hijos de Dios y, por tal motivo, merecen un trato respetuoso y humano.

Cuando llegamos a cada uno de estos Centros de Readaptación Social, buscamos tener un encuentro con ellos para que escuchen el aliento de la Palabra de Dios, para exponerles el Santísimo, para rezar el Rosario o alguna de las Horas de la Liturgia. Después de este encuentro comunitario, nos dirigimos a las áreas donde están aislados. Al llegar a estos edificios, pasamos por las celdas y saludamos a quienes las habitan, y si hay oportunidad y ellos lo buscan, los escuchamos de manera atenta y personal. Tratamos de hacer presente nuestro apoyo y amistad a los reclusos ofreciéndoles algún consejo, escuchando sus quejas o simplemente sosteniendo una charla informal con ellos.

Ejerciendo esta labor, hemos podido palpar casos de conversión sincera de algunos presos, y esto nos ha ayudado a pensar cuán real es aquello que el Señor Jesús vino a hacer a este mundo: Salvar al pecador, sanar al enfermo, incluir al excluido.

Sin duda, esta labor es una de las más hermosas y difíciles, porque uno se encuentra ante vidas destrozadas, no sólo de las personas aisladas, sino de familias enteras; mas, ante ello, uno puede convertirse, con la ayuda de Dios, en un instrumento de sanación interior y en vínculo de unidad. Dios mismo, a través de los que llevan su Palabra o el mensaje de aliento, visita a aquellos hijos suyos que han sido condenados y aislados por la Sociedad. Dios no olvida a ninguna de sus creaturas, aunque muchas veces nosotros nos olvidemos de Él.

Recuerdo que uno de los sábados que visitamos el C.R.S. se nos acercó un preso ya casi a la hora de concluir la visita, y dijo que nos agradecía mucho el solo hecho de que estuviéramos entre ellos, porque eso le daba esperanza y fortaleza; pero, sobre todo, le agradecía a Dios, porque de esta forma le mostraba su Amor.

Ellos, en su situación de desgracia, pero también de abandono en Dios, nos han ayudado a formar nuestro corazón, pues siempre ocurre que los que más aprendemos somos los que pensamos que íbamos a enseñar.

No nos olvidemos de pedir por los reclusos y por sus familias, porque éstas también necesitan de nuestra oración. Y olvidémonos de juzgar o condenar a estas personas puesto que eso, sólo le corresponde a Dios, y el Juicio de Dios será dictado en la Justicia de su Misericordia y de su infinito Amor.


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