jueves, 23 de enero de 2014

Predicación y vida

Primordial, la Unidad de los Cristianos


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Cardenal Juan Sandoval Íñiguez

Arzobispo Emérito de Guadalajara


Desde 1968 viene celebrándose oficialmente en la Iglesia Católica y en comunidades cristianas separadas, de Ortodoxos y Protestantes, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, del 18 al 25 de enero. El impulso al ecumenismo se lo dio decididamente el Papa Juan XXIII (hoy Beato y muy pronto Santo), cuando dijo que deberíamos fijarnos más en lo que nos une que en lo que nos separa; pero, sobre todo, al asignar al Concilio Ecuménico Vaticano II, que él convocó, como una de sus tareas más importantes, el “promover la restauración de la unidad entre los cristianos”, tarea reconfirmada por Su Santidad Paulo VI en su Discurso Inaugural de la Segunda Sesión de dicho Concilio.

Incluso el Concilio mismo publicó un Decreto sobre el Ecumenismo, que ha dado ímpetu y criterios a la labor ecuménica de la Iglesia. Se trata de buscar la unidad de los cristianos según la Voluntad de Dios.


Letargo y llamamiento


Desde hace siglos, los creyentes en Cristo nos encontramos divididos, y lo peor de ello es que parece que estamos acostumbrados a esta división. Estamos fragmentados en distintas Confesiones, de las cuales las más importantes son la Iglesia Católica, los Ortodoxos, que se separaron en el Siglo XI, y los Protestantes, que surgieron de la Reforma de Martín Lutero en el Siglo XVI.

El Lema para la Semana de Oración por la Unidad este año, 2014, está tomado de la Carta Primera de San Pablo a los Corintios (Cor 1, 1-17): “¿Acaso Cristo está dividido?” Se trata de una fuerte llamada de atención del Apóstol a los fieles de la Iglesia de Corinto, que él había fundado, porque supo que estaban divididos en grupos y banderías. Unos decían: Yo soy de Pablo; otros, de Apolo; otros, de Pedro, y otros de Cristo, pero San Pablo les pregunta: ¿En nombre de quién fueron bautizados? ¿Quién murió por ustedes, sino Cristo?, dando así a entender que el fundamento de la unidad es el Bautismo en nombre de Cristo, y su Cruz que nos redimió.

La división es contraria a la Voluntad del Señor, que quiso una sola Iglesia visible, un solo Pueblo de Dios, un solo Cuerpo, del cual Él es la Cabeza. Es contraria, asimismo, a quien en la Última Cena oró al Padre porque todos fuéramos una sola cosa, como Él y el Padre son Uno, para que el mundo crea (Cf. Jn. 17, 21). Pues así como hay un solo Dios y Padre de todos, un solo Señor Jesucristo que murió por todos, un solo Espíritu que obra todo en todos, una sola Fe y un solo Bautismo, así debe haber un solo Cuerpo, que es la Iglesia.


Una guía segura


¿Qué nos recomienda el Concilio Vaticano II para trabajar por la unidad de los cristianos? Ante esto, es conveniente aclarar que por cristianos se entiende sólo aquéllos que confiesan al Dios Uno y Trino y a Cristo como Dios. Pues bien, el Concilio nos recomienda hacer oración.

Debemos orar, ante todo, por los hermanos separados; orar junto con ellos, pidiendo al Espíritu Santo que ilumine sus mentes y difunda el Amor en sus corazones. “La oración unánime es el alma de todo Movimiento ecuménico”, y en ella nos unimos a la Oración de Cristo en la Última Cena: “Que todos sean uno”, contando con la garantía de la eficacia, porque “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20).

La conversión es condición indispensable del auténtico ecumenismo. Los católicos debemos abrir nuestro corazón y preocuparnos por nuestros hermanos separados, saber quiénes son, cómo piensan y orar por ellos. Hemos de renovar la propia vida haciéndola más conforme con el Evangelio para dar un testimonio claro y creíble.

La cooperación con los hermanos separados en el campo social, promoviendo la dignidad de la persona humana, la paz, la puesta en práctica del Evangelio en las realidades terrenas; remediar desgracias como el hambre, las calamidades, el analfabetismo, la falta de vivienda y la injusta distribución de los bienes.

Por último, es bueno recordar que el Concilio Vaticano II recomienda vivamente la labor ecuménica, y encarga a los Obispos que la promuevan y dirijan; y no se trata solamente de hacerlo durante la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, sino de una tarea permanente, fundada en la Voluntad del Señor.


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