jueves, 16 de enero de 2014

Vale la pena vivir y ser joven

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Lupita Barajas

Ofelia Elizabeth G. Azpeitia

Marisol Ulloa Ramírez


La juventud está sobrevalorada por la cultura popular; sí, con esta idea inicio esta nota. Y no porque yo no disfrute de mi juventud o porque considere que tendría que tenerse cierto tipo de menosprecio ante esta etapa de la vida; no, el niño imagina el día en que manejará su propio auto deportivo, en que podrá viajar; el adolescente ya ve la hora de salir de la casa a probar suerte en el mundo y empezar a valerse por sí mismo; el adulto contemporáneo mira hacia atrás con un dejo de nostalgia sobre sus años de estudiante; el adulto mayor suelta esta frase de vez en cuando: “¡Ojalá fuera más joven!”. Y así podría seguir enmarcando ejemplos de anhelos sobrepuestos a esta etapa de la juventud que, definitivamente, es la más fructífera.

La juventud es esa fase dorada del ser humano, en la que todas sus potencialidades trabajan al cien por ciento; su escala de valores es puesta en práctica día con día; su visión de cambio analiza la Sociedad en la que vive y se desarrolla; sabe y entiende lo que debe y no debe hacerse; tiene un criterio que le ayuda a discernir las acciones que son buenas y las que pueden ocasionarle un daño… ¿O no?

Aquellos jóvenes que en la etapa del Bachillerato o de la Universidad se desarrollaron bajo los ideales de destacadas figuras públicas como Mahatma Gandhi, la Madre Teresa de Calcuta, el Papa Juan Pablo ll, por nombrar algunos, seguramente pudieron aprender a moverse por la vida con un ideal, orientados por alguna corriente social o filosófica; pero, al final de cuentas, orientados.

Pero… ¿Y todos aquellos que hoy viven estancados?; ¿qué hacer con esos siete millones de jóvenes en México que ni estudian ni trabajan; ¿con aquellos que usan como signo de identidad la “equis” o el “YOLO” (You Only Live Once o sólo se vive una vez), según reza esta frase tan usada en los últimos años?

¿Qué hacer con esa generación de jóvenes que viven a costillas de sus padres sin estudiar ni trabajar, emitiendo su queja diaria hacia el Gobierno a través de su Smartphone? ¿Ésos que salen a buscar la vida, a pedir trabajo rogando a Dios no encontrarlo; que viven tranquilamente en su zona de confort, a la sombra de sus progenitores, que a duras penas pueden mantenerlos? ¿Qué hacer con esa juventud llena de miedos, de pereza, de envidias, y de resentimientos absurdos?

¿Qué hacer, en fin, con esa juventud que toma riesgos sin medir consecuencias? Y no me refiero a riesgos financieros por emprender algún negocio, sino a aquellos que usan el YOLO sólo para desgastar su vida en vicios, comprometiendo su salud y sus emociones cada fin de semana. A esa juventud que no comprende la trascendencia de sus actos, que lo mismo les da manejar en estado de ebriedad, que acostarse con quien les da la gana, y que, al fin de cuentas, afirman que vida, solo hay una, y hay que darle gusto al gusto.


TÚNEL Y SALIDA


Aquí viene la parte importante: ¿Cómo orientar a quien no pide consejo?; ¿cómo encender la llama de la vida?; ¿quién puede devolver al hombre el ánimo de luchar por sus sueños, de darle el valor de volver a luchar por lo que cree?; ¿en quién se puede creer para seguirle los pasos?

Y esto no es cuestión de clases sociales, pues no se trata de aquellos que teniendo dinero de sobra pueden cumplir sus sueños. No, me niego a creerlo porque no es así. Un sueño no es viajar o poseer abundantes bienes materiales; un sueño no es que el Gobierno nos escuche en una Elección; un sueño no es tener un hijo o una familia; no, un sueño verdadero es luchar todos los días, trabajar, sacrificarse, desvelarse para alcanzar las metas y objetivos trazados.

Así pues, la única manera de orientar al que no lo solicita es dándole buen ejemplo, como lo hacen esos jóvenes unidos por las causas justas, los que levantan su voz para proponer un cambio, los que salen a las plazas a “hacer lío”, que se atreven a decirle al que va pasando que Cristo lo ama.

Vale la pena luchar por ideales que ayuden al hermano que más lo necesita; por aquellos que no son escuchados por las Autoridades; pero más vale llevar y transmitir a otros esa llama viva que se manifiesta con el amor al hermano, a la familia, a la pareja, y con el amor a Dios sobre todo lo demás. Porque es en la juventud cuando se tiene la fuerza, el valor, el coraje, la determinación para hacer lo que hay que hacer; en la juventud está encendida la flama de vida a su máximo esplendor y se puede hacer todo lo posible por trascender, por dejar una huella en la Historia de la Humanidad, y de esa manera no morir del todo cuando la llama se extinga.

Vale la vida entender lo que la santidad significa en la juventud, que no es otra cosa que hacer de lo ordinario algo extraordinario; entender esos ideales, esa forma de vida, porque si no, todo se volverá hueco, sin sentido, y la existencia se vivirá porque sí, sin cuestionarse.

Vale la vida ser joven y poner todo el empeño en ser mejores, darse a los demás y entregar a ellos todos nuestros dones y talentos. ¡Gracias a Dios, yo aún soy joven!


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