jueves, 9 de enero de 2014

Éste es mi Hijo muy amado

Juan López Vergara


El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia dispone para hoy en la Mesa de la Eucaristía contiene el relato del Bautismo de Jesús (Mt 3, 13-17). Se trata de uno de los pasajes de mayor relevancia teológica, cuyo objetivo es introducirnos en la unicidad del Misterio de la Persona de Jesús; es decir, su condición única e irrepetible.


La Fe que anhela comprender


Jesús llegó al Río Jordán, procedente de la Región de Galilea y “le pidió a Juan que lo bautizara” (v. 13). El Bautista se negó, argumentando: “Yo soy quien debe ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a que yo te bautice?” (v. 14). Esta reacción parece muy lógica, pues él había dicho: “Yo os bautizo con agua, en señal de conversión; pero Aquél que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3, 11).

De aquí surgen, al menos, dos cuestionamientos: ¿El que Jesús pidiera ser bautizado no implicaba aceptar que Él era inferior al Bautista? ¿Acaso tenía Jesús necesidad de un bautismo de conversión? Respecto a la primera, el Evangelista ya lo había aclarado al decir que Juan no era digno ni de atarle las sandalias a Jesús. La segunda, es de mayor calado, pues sabemos que Jesús “fue probado en todo como nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4, 15; compárese Jn 8, 46).


Jesús comparte nuestro destino


Aunque sin pecado, Jesús se sentía parte de una Humanidad pecadora. Mateo presenta la respuesta de Jesús al Bautista: “‘Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere’. Entonces Juan accedió a bautizarlo” (v. 15). Pero, seguramente, en la comunidad del Evangelista se preguntaban: ¿Quién es este personaje tan preocupado por cumplir la Voluntad de Dios?

Mateo, experto Teólogo, fundamentado en diversas tradiciones, presentó la unicidad del Misterio de la Persona de Jesús mediante una tradición que reinterpretaba un texto del Profeta Isaías (compárese el v. 17 con Is 42, 1); tradición que le permitió ofrecer a su comunidad y, ahora a nosotros, una respuesta, cuando relata que una vez que Jesús recibió el Bautismo, “se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios, que descendía sobre él en forma de paloma, y oyó una voz del Cielo: ‘Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias’” (vv. 16-17).


Jesús pasó haciendo el Bien


El Santo Padre Francisco, en su Exhortación Apostólica La alegría del Evangelio, refiere: “Jesús es el primero y el más grande Evangelizador” (No. 12).

De la comprometida adhesión de Jesús a la Voluntad de Dios brotó su simbólico acto de solidaridad con los pecadores, que marcó el arranque de su comprometida misión evangelizadora, como se proclama en la Segunda Lectura:

Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea, después del Bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazareth, y como Éste pasó haciendo el Bien, sanando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con Él (Hch 10, 37-38).


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