Marco Antonio Franco Luna
Cuando me pongo a reflexionar un poco el pasaje de la Encarnación, siento cómo corre por todo mi cuerpo un escalofrío emocionante tan sólo de pensar que una mujer, una doncella, una niña (de apenas 14 ó 15 años, dicen los biblistas), haya dado una respuesta definitiva como plenitud de los tiempos en la Historia de la Salvación, nuestra Historia de Salvación.
El Encuentro de María con el Ángel
Entiendo que en repetidas ocasiones nos es difícil entender el Misterio: el Nacimiento de un Niño sin concurso de varón. ¿Cómo puede ser posible esto? Es lo mismo que preguntó María, comprendiendo que era un desafío a las Leyes de la Naturaleza y no hay lugar para esto en “nuestros sanos juicios”. Pero la verdad es que este acontecimiento es iluminado no por la luz del intelecto sino por la Luz de la Fe. María tampoco logró comprender (seguramente dudó y tuvo miedo); pero, confiando en Dios, respondió con generosidad entregándose toda Ella para hacer posible el Nacimiento del Emmanuel.
El Encuentro de cada uno de nosotros con el Ángel
Pero la narración de los Evangelios se vuelve repetir o a renovarse, pues las palabras del Ángel pueden ser también para cada uno de nosotros, ya que Dios también ha puesto su complacencia en nosotros. La gran diferencia es que muchas veces no reaccionamos ante tal hecho, tenemos miedo o no tenemos Fe, y salta entonces la pregunta válida: ¿Qué puede pasar con mi juventud si la entrego toda a su Voluntad? El miedo y la duda no nos permiten abandonarnos a su Gracia; somos todavía muy difíciles para darle una respuesta afirmativa.
La Encarnación es también hoy
En el momento de La Anunciación, los hechos se vinieron dando por la propia iniciativa de Dios, y le tocó entonces a María decir si seguir adelante con el Proyecto de Salvación o detenerlo en ese preciso momento. Estuvo en la libertad humana la decisión del futuro divino, “como si Dios tuviera qué pedir permiso para actuar”, dice el Monje Benedictino Anselm Grüm, en su Libro sobre el Evangelio de San Lucas.
María, con su “Sí”, se entregó por completo a la Voluntad Divina y dejó entonces que el Espíritu Santo actuase en Ella. ¡Qué escena tan hermosa aquella! El Todopoderoso viene a donde una mujer, para tomar su carne y hacerse uno de nosotros. Éste es el sentido actual y la invitación clara para ti y para mí: dejar que el Espíritu Santo actúe en nuestras vidas porque Dios quiere crear algo nuevo también en nosotros.
Siguiendo, pues, el ejemplo de Fe de María, debemos igualmente entregarnos sin medida y confiando plenamente en la Voluntad del Señor. Es cierto que Ella ya estaba elegida, pero también era cierto que era una insignificante mujer, en el sentido de que vivía en un pueblo del que no se conocía nada. Así pues, en nuestra vida sin importancia y en nuestra debilidad, Dios nos elige para actuar cosas grandes en nosotros. Nuestra humanidad es la forma en que podemos hacer eficaz la Encarnación de Cristo en nuestros días. No tengamos miedo y demos una respuesta definitiva, llena de Fe, para que se haga en nosotros lo que Dios quiere, como se hizo en Ella.
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