«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de Vida… os lo anunciamos…Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo» (Jn 1, 1-4).
Pbro. Adrián Ramos Ruelas
Roma, Italia
Nunca imaginé poder vivir unos días de Navidad así, de manera intensa, profunda y especial, espiritualmente hablando.
Estar estudiando en Roma, como Sacerdote, me ha brindado la oportunidad de conocer diversos lugares y personas; de disfrutar eventos, acontecimientos eclesiales y culturales y, al mismo tiempo, experiencias de tipo pastoral y espiritual como la que he vivido en esta última jornada.
UNA PARROQUIA ITALIANA
Fui invitado a la Parroquia de Adrara Sanmartino, ubicada en la Diócesis de Bérgamo, Italia. Mi labor ha sido muy sencilla: administrar la Misericordia de Dios en el Sacramento de la Confesión y celebrar la Eucaristía durante seis días. Esto era algo que añoraba desde que llegué, en agosto, a la Ciudad Eterna, cuatro meses atrás.
Las dificultades han hecho de este tiempo de Gracia algo especial e inédito para mí: la lengua italiana, que aún me cuesta; las costumbres de los italianos; el no conocer a nadie en absoluto, y el clima propio de esa región en el tiempo de Invierno.
Se me asignó un espacio muy adecuado cerca de la iglesia, con una mesa grande, sillas, y sobre la mesa un Crucifijo montado sobre una base de fierro que parece esperar en silencio la llegada de los penitentes, al tiempo que me inspira, como Sacerdote, ejercer la Misericordia en su nombre.
La gente se confiesa mucho; es muy amable y educada; se les ha hecho muy buena costumbre confesarse en los tiempos litúrgicos fuertes (Adviento, Cuaresma).
El frío es intenso, llueve, oscurece muy temprano. Los únicos testigos de esta experiencia son el Crucifijo, mis libros, la estola morada y la chamarra gruesa que llevo siempre.
Desde temprano, las campanas de la iglesia, que suenan a pueblo fervoroso y muy religioso todavía, me recuerdan que me espera una nueva jornada que parece ardua o “faticosa”, como diría un italiano, pero es bien llevadera porque estoy “siendo” Sacerdote en este hermoso servicio. Mi única interrupción ha sido el descanso nocturno, tomar los sagrados alimentos y mi siestecita. De ahí en más, disfruto de esperar, contento, como el Padre Misericordioso, el retorno del hijo pródigo.
OVEJA Y PASTOR, A LA VEZ
Como estudiante, me siento, la verdad, más oveja que pastor. A lo más, me toca presidir la Eucaristía una vez por bimestre (en la Capilla del Pontificio Colegio Mexicano), y rara vez se me presenta la oportunidad de confesar. Eso sí, concelebramos la Misa todos los días.
En estos días, me siento en mi lugar como testigo del encuentro amoroso entre el pecado y la Misericordia, entre la iniquidad y la Salvación que se ha hecho Persona con rostro, gracias al Misterio admirable de la Navidad.
Creo que, en lo que llevo como Sacerdote, dos y medio años; más aún, como Diácono o como Seminarista, nunca había tenido la oportunidad de profundizar tanto en la preparación próxima de la Navidad con la lectura reposada de los textos litúrgicos, con la oración, la lectura espiritual que consistía en repasar las homilías navideñas del Papa Emérito Benedicto XVI, y con el quehacer pastoral.
En mi oración he pensado en mi familia y he encomendado a Dios a muchas personas, sobre todo las que caben en mi mente y ocupan un lugar en mi corazón (como Pastores, quisiéramos abarcar a todos, pero no es posible). He puesto en manos de Dios a los Neosacerdotes y a los Diáconos recientemente ordenados, que la Iglesia de Guadalajara da como fruto maduro a la Iglesia Universal. He rezado también por la conversión de todos los hombres y por la paz del mundo.
En fin, creo que esta experiencia particular, seguramente parecida a la de muchos hermanos y compañeros Presbíteros que han desfilado por estas tierras, le da un sello especial a mi corta “trayectoria” como Sacerdote.
La alegría y el gozo que he vivido, simplemente los comparto contigo, querido lector, augurándote el Amor de Dios para que nazca también en tu corazón.
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