José H. Padro Flores
YA, YA POR FAVOR
Quiero comenzar estas páginas rompiendo paradigmas de lo que debe ser la presentación de un libro. Si el tema que tratamos es la Nueva Evangelización, entonces también se precisa un nuevo tipo de presentación. Por eso, prefiero compartir una reciente experiencia cuyo perfume ha impregnado mi ministerio.
Estaba terminando de escribir estos capítulos, cuando recibí una cordial invitación de don Pigi Perini, un viejo y buen amigo, pero cuya amistad, con los años, se había ido alejando. Sin embargo, me pedía impartir un Retiro a Sacerdotes comprometidos en las Células de Evangelización, que se difunden por todo el mundo. El tema sería: La Nueva Evangelización. El lugar: la Sacristía Monumental de la Parroquia de San Eustorgio, en Milán, Italia.
Como don Pigi me comentó que el expositor del Retiro el año anterior había sido el Padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, yo preparé cuidadosamente mi temario, con refuerzos teológicos y citas del Magisterio de la Iglesia.
Mi propósito era resumir 40 años de experiencia evangelizadora, aunque tal atrevimiento me parecía como pretender encerrar el fuego de la zarza del Horeb en una caja de fósforos. Cuando comenzamos el retiro, el clima era frío, pues estábamos en pleno invierno, por lo que precisábamos de calefacción artificial.
Así, con mis apuntes en mano, fui siguiendo cuidadosamente cada paso, con la lógica y pedagogía que supuse requerían los selectos participantes.
Comencé presentando el relato de los discípulos de Emaús que, de simples reporteros que repetían lo que las mujeres decían lo que los ángeles les habían referido, fueron convertidos en testigos de la Resurrección de Jesús cuando su corazón se encendió con el fuego de la Palabra.
Les mostré, asimismo, la diferencia entre kerigma y catequesis; entre proclamar y enseñar; y cómo el problema de la Iglesia no es que no se evangelice (Primer Anuncio), sino que evangelizan quienes no están evangelizados, y convierten en fría catequesis la presentación de la Buena Noticia que no es algo, sino Alguien: El mismo Señor Jesús, único mediador entre Dios y los hombres.
Con detalle y precisión expliqué luego el contenido, el objetivo y la metodología del anuncio kerygmático, aclarando que se trataba de la Gran Comisión de Jesús encomendada a los suyos (proclamar la Buena Noticia), pero que desgraciadamente en la Iglesia Católica se había convertido en la Gran Omisión, porque desde la Contrarreforma preferíamos nuestros esquemas teológicos, raciocinios doctrinales y silogismos filosóficos, en vez del Anuncio fascinante de la Buena Nueva de Jesús, como lo hacía el diácono Felipe (Hech 8, 35).
Posteriormente, afirmé que, para que se dé una Nueva Evangelización, se necesitan cuatro elementos; primero, haber fracasado para sentir la necesidad de algo nuevo; segundo, ser apremiados por el Amor de Cristo; tercero, convertirse en nuevos evangelizadores que sean testigos, y cuarto, un Nuevo Pentecostés donde la Ruaj divina sea viento huracanado y no aire acondicionado que nosotros controlamos.
También les mostré la preeminencia del kerigma sobre la Catequesis, Moral o Teología, pues primero se nace y luego se crece.
Igualmente los reté a aceptar el desafío de que el vino nuevo precisa de odres nuevos, y que había que renunciar a fórmulas anquilosadas y devocionales que ya no responden ni al Evangelio ni al mundo de hoy.
El momento clave fue cuando les dije que no podíamos evangelizar si primero no éramos nosotros mismos testigos, con una experiencia de salvación y un encuentro personal con Jesús.
De pronto, en medio de mi contundente disertación, un Sacerdote levantó la mano; y sin esperar que yo le concediera la palabra, me retó diciendo en alta voz:
-¡YA!
Todos quedaron mudos; yo el primero y el más sorprendido.
-¡YA, POR FAVOR!, gritó más fuerte todavía.
Yo no entendía de qué se trataba y guardé silencio; abrí mis manos pidiéndole una explicación de lo que parecía ser una queja y una súplica al mismo tiempo.
-¡Ya! –insistió él- ¡Ya no nos hables del kerigma! Ya, por favor, danos la Buena Noticia!
Cerré mis ojos, asentí con mi cabeza y, en una milésima de segundo, entendí que lo que ellos necesitaban no era una radiografía del kerigma, sino el Evangelio que tiene un perfil y un nombre: Jesús, Salvador y Señor. Dejé mis apuntes de lado, tomé mi Biblia y afirmé:
-Yo soy testigo de que Jesús transforma vidas, porque Él cambió la mía. No de pecador a justo, sino de justo a hijo, con derecho a la herencia. Y aún más, mucho más. Mi verdadera conversión fue de justo por mis obras a justificado por su gracia. Y si un fariseo como yo experimentó la vida nueva, esto lo puede vivir cualquiera otro. Si Él lo hizo en mí, es factible realizarlo en cada uno de ustedes.
Y así, a lo largo de tres horas, anuncié a Jesús y el Evangelio de la gracia mediante el cual fuimos salvados gratuitamente. En ese lapso de tiempo, tuvimos la oportunidad tanto de confesar a Jesús como único y suficiente Salvador, como de proclamarlo Señor de nuestras vidas. Y culminamos con una oración personal por cada Sacerdote para pedir una nueva efusión del Espíritu, que Jesús llama “Bautismo en el Espíritu Santo”. (Hech 1, 5).
Yo me acordé entonces de aquella frase de San Lucas: “Muchos sacerdotes iban aceptando la fe” (Hech 6, 7c).
LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
Hoy día se reflexiona y se habla más acerca de la Nueva Evangelización. Para adentrarnos en estas apasionantes latitudes, hay qué partir de dos preguntas y una afirmación.
¿En verdad estamos convencidos de que nuestros planes, sínodos y estrategias que hemos usado hasta ahora para evangelizar son insuficientes y por eso se necesita una Nueva Evangelización? De ser así, ¿estamos dispuestos a pagar el peaje de una reforma a fondo y no sólo un barniz superficial? Desde nuestro campo de trabajo, afirmamos que la Nueva Evangelización no es un concepto que hay que discutir ni profundizar teóricamente, sino una acción evangelizadora que hay que emprender con prontitud. En este campo no hay que seguir el itinerario escolástico “de la teoría a la práctica”, porque nunca vamos a comenzar, sino “de la práctica a la teoría”.
Cuatro años antes que Pablo VI escribiese la Evangelii Nuntiandi, emprendimos un derrotero por caminos inéditos de evangelización kerygmática. No había puntos de referencia ni antecedentes en cuanto el kerygma o Primer Anuncio. Recuerdo que en un Retiro sacerdotal pregunté a los asistentes si conocían el kerygma, y si ya lo habían recibido. Y un profesor del seminario respondió aludiendo a los doce discípulos de Éfeso: ¡Ni siquiera sabíamos que existía el kerygma!
Para que haya Nueva Evangelización, es preciso deducir con lógica que si la Primera Evangelización fue fruto de la irrupción del Espíritu Santo, la Nueva Evangelización será consecuencia de un Nuevo Pentecostés, como lo preveía proféticamente el Papa Juan XXIII. La Ruaj divina es viento huracanado que nos desinstala, y no aire acondicionado para alimentar nuestra rutina.
El Espíritu Santo es el protagonista de esta Nueva Evangelización, pero junto con Él, se precisan nuevos evangelizadores, sin excluir a los tradicionales, siempre y cuando dejen la inercia de lanzar rutinariamente la red hacia el mismo lado de la barca y estén dispuestos a romper paradigmas para abrir nuevos horizontes con métodos inéditos.
Para saber si necesitamos o no una Nueva Evangelización, hay que plantearnos con objetividad aquella pregunta de Jesús a los pescadores del mar de Galilea que se habían fatigado toda la noche: ¿Tienen pescados?
Partiendo de nuestra respuesta, y no de ninguna otra cosa, debemos decidir si conviene arriesgarnos a echar la red del otro lado, aplicando un principio que tal vez Jesús aprendió de su misma madre: “No romper un vestido nuevo para remendar un vestido viejo” (Lc 5,36). Por lo tanto, no se trata de remendar, sino de hacer algo nuevo.
Por otra parate, si “los Apóstoles daban testimonio de la resurrección de Jesús con gran poder” (Hech 4,33), ese también debe ser nuestro cometido, ya que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Heb 13,8). No sólo hay que evangelizar, ni siquiera evangelizar con poder, sino evangelizar con gran poder. ¿Dónde radica este secreto?
“No me avergüenzo del Evangelio de Cristo, que es dynamis – fuerza de Dios-, para la salvación de todo el que cree.” (Rom 1,16).
El problema principal de la Iglesia no es que no evangelicemos, sino que “evangelizan” quienes no están evangelizados.
La Nueva Evangelización no es un concepto para discutir o profundizar, sino una acción desafiante que urge emprender, porque “el Amor de Cristo nos apremia” (2Cor 5,14a).
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