El Papa Juan Pablo II, en su Mensaje con motivo de la XXX Jornada Mundial de las Vocaciones, instaba a toda la Iglesia a promover «actitudes vocacionales de fondo». ¿Qué quiere decir el Papa con eso? Seguramente se refiere a que el creyente no se embadurne solamente de algunos aspectos religiosos de la Fe cristiana, sino que sea un testigo convencido y convincente de su amor por Cristo. ¿Cómo se logra esa profundización de la Fe? Sólo con una Catequesis gradual, sólida, estructurada y permanente.
La vocación fundante es la llamada a ser hijos de Dios por el Bautismo. En este primer Sacramento se tiene el fundamento de toda la vida cristiana (Cf. TMA 41). Esa llamada vocacional conlleva algunos aspectos a tener en cuenta en la vocación específica que cada persona debe optar y elegir.
Los aspectos a consolidar, y para ello es sumamente importante la transversalidad de la Catequesis con la dimensión vocacional, son: formar la conciencia, agudizar la sensibilidad hacia los valores espirituales y morales, la promoción de los ideales de fraternidad humana, resaltar y recalcar el carácter sagrado de la vida humana en todas sus fases, la constante y profunda solidaridad social y la contribución a la construcción de un orden civil armónico, justo y pacífico.
La corresponsabilidad
En los “saltos de calidad”, que enuncia y explica el Nuevo Plan para Renovar la Pastoral Vocacional en México, apenas publicado en mayo de 2013, se subraya que todos somos agentes vocacionales. Nadie está exento de hacer presente, en la vida histórica del prójimo, la llamada vocacional de Dios.
Ese “salto de calidad” para alcanzar la cultura vocacional confluye con lo que el Derecho Canónico dice acerca de la Catequesis: «La solicitud por la Catequesis, bajo la dirección de la legítima Autoridad Eclesiástica, corresponde a todos los miembros de la Iglesia en la medida de cada uno» (Canon 774). Todos somos llamantes; todos somos transmisores (Catequistas) de la Fe, que hemos recibido como un don.
Dicho acompañamiento catequético vocacional debe ser un signo de la siembra evangélica. Ése ha de responder a las preguntas y a las exigencias del mundo presente, educando a las personas a la apertura al Misterio de Dios. El acompañante vocacional ha de tener presente el mismo espíritu de Fe que movía a San Pablo: «Creí, por eso hablé» (2Co 4,13). Porque nosotros creemos, por eso tenemos que hablar de Dios y de su llamada a todos y cada uno.
Y eso se debe desplegar, no obstante que el otro se muestre indiferente o que aparentemente no esté interesado en escuchar. La misma propuesta vocacional, empero, debe ayudar a encontrar la capacidad de estimular con preguntas y llamar la atención en el interior de los interlocutores.
Por tanto, si queremos realmente alcanzar la cultura vocacional, tenemos que hacer lo siguiente: suscitar vocaciones y formarlas para la atención catequética; diferenciar las necesidades y capacitar Catequistas según los sectores y sus diferencias; especializar a los Catequistas y agentes vocacionales; llegar a tener Catequistas a ‘tiempo completo’, que puedan dedicarse con pasión y talento a esta actividad de manera más intensa y estable; ir a los ambientes y grupos poblacionales poco atendidos, para hacer presente la llamada divina; estructurar Catequesis Vocacionales adaptadas a las distintas etapas de la vida humana (niñez, juventud, madurez, vejez); hacer presencia con Catequistas Vocacionales a nivel Congregacional y Diocesano; organizar la formación inicial y permanente de los Catequistas Vocacionales (Cf. DA 276); coordinar a los Catequistas con los demás Agentes de Pastoral, a fin de que la acción evangelizadora global sea coherente y el Catequista vocacional no quede aislado de la comunidad; y garantizar la atención personal y espiritual de los Catequistas Vocacionales.
Para terminar, echemos una mirada a San Francisco de Sales (1572-1622). Este Santo nos ofrece, en su Tratado del Amor de Dios, tres seguras señales para discernir las inspiraciones de Dios en nuestra actividad vocacional y catequética. La frase del Santo alude, veladamente, a algunos de los ‘saltos de calidad’, para alcanzar la cultura vocacional: «La perseverancia, contra la inconstancia y ligereza; la paz y suavidad del corazón, contra las inquietudes y falso celo; y la humilde obediencia, contra la singularidad y la terquedad».
Asimismo, orar con mucha frecuencia.
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