JUAN LÓPEZ VERGARA
El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia ofrece para este día, nos exhorta a celebrar la Fiesta de la Epifanía del Señor. Se trata del conocido relato de los Reyes Magos, cuya entrañable Adoración nos permite columbrar la inefable Majestad del Misterio del Niño-Dios (Mt 2, 1-12).
EL SURGIMIENTO DE LA ESTRELLA
Todo inicia cuando unos apasionados y apasionantes personajes, paganos sabios y piadosos, a quienes el texto denomina ‘Magos’, vieron emerger la estrella del Rey de los judíos y decidieron seguirla para ir a adorarle (véanse vv. 1-2). En los Magos, San Mateo prefigura a los cristianos gentiles de su propia comunidad.
La tradición judía anunciaba al Mesías como la estrella que surge de Jacob (compárese: Nm 24, 17); y conforme a las profecías, los pueblos paganos habrían de rendirle homenaje (compárese: Is 49, 23; 60, 6; Sal 72, 10-15). El Evangelista destaca que la estrella se transforma en la guía de Dios, la cual acompañará a los Magos hasta su encuentro con Jesús en Belén (compárense: vv. 2.7.9.10).
¡QUÉ RESPUESTAS TAN DIFERENTES!
Ante la noticia del surgimiento de la estrella del Rey de los judíos, apreciamos varias reacciones: la de Herodes, asumida desde el poder tiránico, quien respondió con una matanza (véase: vv. 13-18); la de los sumos sacerdotes y escribas, quienes no obstante conocer la verdad a través de las Sagradas Escrituras, permanecieron anquilosados, instalados en una erudición descomprometida e infecunda (véanse vv. 5-6); y la de los fervientes peregrinos, que simbolizan lo más genuino de toda vida humana, al ejemplificar esa extraña y misteriosa suma de pasión y acción, resultado de un venir del Otro hacia nosotros y de un salir nuestro hacia el encuentro de Él. Esto motivó que aquellos Magos se llenaran de un inmensa alegría cuando, al fin, “entraron en la casa y vieron al Niño con María, su Madre, y postrándose, lo adoraron” (v. 11a).
‘TOMAD, SEÑOR, Y RECIBID TODA MI LIBERTAD…’
Los obsequios ofrecidos han sido objeto de las más diversas interpretaciones, convirtiéndose en un claro símbolo de reconocimiento hacia Jesús, al significar, quizá, el oro, su realeza; el incienso, su divinidad; y la mirra, su naturaleza humana. Sin embargo, opinamos que el mayor regalo ofrecido por los piadosos personajes es la entrega de su propia vida, testificada por su incansable búsqueda. El Santo Padre Francisco, en su Exhortación apostólica: La alegría del Evangelio, confiesa: “Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse” (No. 7).
Concluimos con un relato, por considerar que ayudará a comprender mejor este Mensaje:
Cuando los Magos decidieron seguir la estrella, entre ellos había uno que no tenía ningún obsequio qué llevar, por lo cual no quería acompañarlos. Sus colegas le dijeron: ‘Ánimo, lo importante es visitarlo a Él’. El Mago pobre, reconvino: ‘No, me sentiría muy mal de llegar con mis manos vacías’. Pero el entusiasmo de sus compañeros era tan grande, que acabó por convencerle. En el momento en que todos entregaban a María sus ofrendas, Ella se vio imposibilitada de continuar abrazando a su Hijo, y por ello lo colocó gustosa en los brazos del Mago pobre, quien profundamente agradecido, adoró al Niño-Dios.
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