viernes, 2 de enero de 2015

Un nuevo libro de la autoría del Padre Adalberto González

Cero y van 15


A quienes pudiesen suponer que el tema coincide con la virulencia del fenómeno del “Bullying”, habrá que corregirles su error. Eso de los apodos es algo muy habitual, ocurrente y jocoso entre los mexicanos.


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José de Jesús Parada Tovar


La noche del lunes 22 de diciembre del año recién concluido, el Salón de Actos del céntrico Museo de la Ciudad, prácticamente se colmó de amantes de la lectura, amistades, colegas y “devotos” de la obra literaria del Pbro. Adalberto González González, autor del sabroso Libro “Todos se nombran, pero nadie se llama”, el décimoquinto de los que ha publicado hasta la fecha, y que enlista varios Cuentos con sus protagonistas apodados, así como un vasto catálogo de sobrenombres y su significado.

El Prólogo lo escribió la Socióloga Lourdes Celina Vázquez Parada, Doctorada en Letras, y las ilustraciones, a base de ingeniosas caricaturas y monitos, se le encomendaron al Arquitecto Horacio Arriola Velasco, “Hocio”, Cartonista del Periódico Semanario Arquidiocesano de Guadalajara, del cual el Sacerdote y Literato es asiduo Colaborador y Consejero Honorario, y en el cual ha publicado la mayoría de sus creaciones.


DE LA RIQUEZA DEL TEMA

Durante el Acto Académico, correspondió al Periodista y Fotógrafo Alberto Gómez Barbosa hacer la formal Presentación del Libro. Luego de refrescar de modo coloquial las anécdotas y vivencias con el Padre Adalberto en el plano profesional periodístico y por el servicio ministerial, reconoció como “muy reciente la incomodidad de algunos, por los remoquetes y alias que la población, no sólo la mexicana, ha ejercido desde tiempos inmemoriales. Se engloba en el anglicismo tan de moda, el Bullying; pero hay quienes…condenan con encono una costumbre que forma parte de nuestra cultura, o incultura, como quiera verse: los apodos”.

Y prosiguió el Charlista, Locutor y Miembro del Seminario de Cultura Mexicana: “Muy pocos de mi tiempo, si es que alguno, se salvaron, en la época escolar, de tener un sobrenombre. Y en los pueblos, todavía, se ignoran muchas veces los nombres propios de personajes autóctonos y se les conoce por su apodo… En Ayo el Chico, tierra de mis padres, en el Portal, frente a la Plaza, por las tardes, unas mujeres dedicaban sus ocios a coser, bordar, y a criticar, a la pasada, a quienes osaban transitar por ese punto que era conocido como ‘el bautisterio’, porque el que pasaba, si no lo tenía, adquiría su apodo”.

Y finalizó deseando: “En beneficio de la memoria colectiva y de la recopilación de chispazos de nuestra cultura, que parecen perderse irremediablemente, felicito al Padre Adalberto por la recopilación de apodos y por haber conservado en sus tonos más fuertes el habla popular. Quedamos en espera de más, conociendo su ingenio y gusto por la escritura y el acopio de las costumbres y el lenguaje de nuestros pueblos alteños. Que el Señor nos lo conserve muchos años para que podamos seguir gozando de su docta y festiva pluma”.


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MÁS TESTIMONIOS

El comunicólogo Román Ramírez Carrillo leyó en voz alta dos deleitosos Cuentos del Libro, así como el Epílogo, que ha sido calificado “como de sabor rulfiano”. También habló el Pbro. Antonio Gutiérrez Montaño, quien en otro tiempo compartió el trabajo con el Padre González en la Oficina de Prensa del Arzobispado, como Vocero de la Curia, Director y/o Editor del Semanario, La Hoja Parroquial y el Boletín Eclesiástico, y de quien dijo: “He aprendido mucho, no sólo de sus homilías y su vida sacerdotal, sino también de su carácter, a veces fuerte. Yo siempre lo he considerado un genio de las Letras y ‘un pan de Dios’ en el trabajo”. A su vez, el Cartonista “Hocio”, emocionado, se limitó a admitir como un honor el encargo de ilustrador, y aseguró haber disfrutado mucho del Libro.

Finalmente, el Padre Adalberto, oriundo de La Capilla de Guadalupe (25 de junio de 1940), quien cuatro días antes había conmemorado 48 años de su Ordenación Sacerdotal, en su acostumbrado tono informal y ameno, hizo también remembranzas de sus casi 30 años en la faena de darle figura a la Oficina de Difusión de la Arquidiócesis “y de lidiar con los Reporteros, que son una ‘especie’ muy nuestra, pero con quienes siempre ha habido un trato respetuoso recíproco”.

Y confió, desde su íntimo acervo, y acercando un poco más hacia el micrófono su silla de ruedas: “Ahora que vivo en el Albergue Trinitario -desde hace tres y medio años, tras grave percance- escucho a tantos hermanos Sacerdotes, ya muy ancianos y meritorios, referir que han construido uno, tres, cinco o hasta siete Templos y Capillas… Yo, en cambio, ni un solo ladrillo he pegado. Solamente, por necesidad, como Prefecto en el Seminario Auxiliar de Totatiche, levanté una bardita para evitar que los inquietos muchachos saltaran a un hoyanco y fueran a descabezarse. ‘No deje de escribir’, me aconsejó un día el Cardenal José Salazar. Y seguramente eso seguiré haciendo hasta que Dios me llame”.


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