jueves, 8 de enero de 2015

El “rechazo” a Santa María de Guadalupe

Meras poses


En muchas comunidades, el Festejo a la Virgen Morena se prolonga o se traslada hasta el 12 de enero, independientemente de que la Madre de Dios, en esa advocación, es muy venerada e implorada en nuestra Nación durante todo el año.


Juan Diego


Fernando Muñoz García,

2° de Teología


Nada hace mover a tanta gente ni arder más la tierra mexicana que la fecha del 12 de diciembre y sus días circundantes; y ello no por tradición, aunque algunos así lo toman, ni por el comercio, que influye bastante, sino por la piedad popular y la Fe que se muestra ante el hecho milagroso de las Apariciones de la Santísima Virgen de Guadalupe en El Tepeyac, y cuya imagen logra reunir a más de 20 millones de personas que visitan anualmente este Santuario, y que es símbolo e identidad para todo mexicano, incluso para muchos que no creen en Dios o tienen otra manera de pensar.


Posturas y argumentos

Con todo, es extraño ver cómo esta misma devoción ha sido, para algunos, motivo de incredulidad y de rechazo. En el contexto global, seguramente resultan pocas las personas que no creen en este prodigio, pero lo lamentable es que, además, supuestamente son practicantes de la Religión Católica, miembros de nuestra misma comunidad parroquial o incluso, a veces, hasta Sacerdotes, lo cual causa una profunda tristeza.

Mas no debe extrañarnos esta manera de pensar de algunos, pues así ha sucedido siempre; nunca han faltado, desde el principio de este milagro evangelizador, quienes rechacen las Apariciones del Tepeyac. Desde que sucedió este portento, casi nadie (si no es decir que todos) dudaba de que la Madre de Dios se había aparecido a un indígena náhuatl. Y, como Ella venía a evangelizar, quiso dejar prueba fehaciente de que también es Madre de todas las generaciones futuras, y así, en la tilma del ahora San Juan Diego dejó milagrosamente plasmada su imagen.


Evolución lenta y difícil

Es curioso ver ahora cómo se nos presenta, por ejemplo en diferentes películas referentes a este milagro, la reacción piadosa, alegre y pronta que manifiestan todos ante la revelación de la imagen, cuando en realidad fue algo distinto el impacto. Es cierto que el Obispo Fray Juan de Zumárraga aprobó la petición hecha por la Virgen, pero muchos de los que vivieron en aquel tiempo no creyeron y rechazaron el prodigio; caso especial de algunos españoles, que no concebían la figura de la Virgen como una indígena mexicana. Es por eso que el primer Templo que se levantó en su honor fue apenas una humilde choza que fungió como ermita en la que se colocó la tilma, y a donde sólo acudían los indígenas, y que fue habitada por el propio Juan Diego hasta el día de su muerte (1548).

Su recinto propiamente comenzó a edificarse hasta el año 1695, y no fue sino hasta el Siglo XVIII cuando empezó a propagarse una devoción más firme y amplia a la Virgen Guadalupana, gracias, en buena medida, a que los criollos convinieron en identificarse con Ella y en utilizarla como emblema, difundiendo su culto por todo el Centro y Occidente del país, hasta que incluso el Cura Miguel Hidalgo y Costilla la tomó como estandarte para encabezar la insurgencia independentista.

Así, poco a poco se fue fraguando esta devoción que hoy se desborda por todos los ámbitos del país. La imagen y el fervor que suscita Santa María de Guadalupe están muy arraigados en lo más hondo de casi todos los mexicanos. (No son pocos los que, en pose de ignorancia o de franca incoherencia, niegan su catolicismo, pero no su guadalupanismo).

María, mientras tanto, y sin pausas en la Historia, sigue cumpliendo su Misión de Evangelizadora. Y nosotros, al aceptarla, aceptamos también el Evangelio de su Hijo Jesucristo, como también reconocemos en Ella a la portadora de la Verdad y del Sol que nos guía a través de la oscuridad.

Si muchos no creen en este milagro que ha causado la conversión de tantos, están en su derecho y libertad de admitirlo, y no están obligados a hacerlo, pese a que los mismos hechos del fenómeno guadalupano sean evidencia de que se trata de algo sobrenatural y lleva un sello de amor divino que se ha mantenido por siglos, y que, sin duda, perdurará en el futuro por muchos más.


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