jueves, 15 de enero de 2015

Un modelo de santidad para cualquier tiempo

San Antonio Ermitaño


Cardenal Juan Sandoval Íñiguez

Arzobispo Emérito de Guadalajara


A veces, el paso de los años disipa la memoria y borra la fama de hombres notables que realizaron grandes hazañas o idearon obras que todavía perduran. Tal es el caso de San Antonio Abad, poco conocido hoy, al menos en el Occidente, y cuya Memoria celebra la Iglesia el 17 de enero.


Lo dejó todo

733Conocemos su vida a través de la biografía que de él escribió nada menos que San Atanasio, Obispo de Alejandría, Padre de la Iglesia y sobresaliente Teólogo, defensor de la Divinidad de Cristo contra los herejes Arrianos, que la negaban. Nació en Quemán, Egipto, el año 251, en el seno de una familia acomodada. Siendo aún muy joven, murieron sus padres y quedó al cuidado de una hermana menor y dueño de una cuantiosa herencia. Mas, habiendo escuchado en un Sermón las palabras de Cristo al joven rico: “Si quieres ser perfecto, anda vende todo lo que tienes y dalo a los pobres…” (Mt. 19, 21), efectivamente vendió todo lo que tenía y lo dio a los pobres, llevó a su hermana a un asilo y se fue a las afueras del pueblo, y desde una pequeña ermita comenzó una vida de oración y penitencia. Quince años más tarde se retiró a las Montañas de Pispir, cerca del Mar Rojo, donde se instaló en una vieja fortaleza abandonada, dedicado a la oración, al ayuno y a durísimas penitencias por los pecados ajenos. Para mantenerse, cultivaba un pequeño pedazo de tierra o tejía canastos de palma. Ahí empezaron a acudir muchas personas a pedirle consejo, y algunas se convencieron de vivir como él lo hacía. Poco a poco se llenó la zona de ermitaños, dedicados a la oración y a la alabanza divina, siendo Antonio el inspirador y modelo.


Rigurosa sobriedad y tentaciones
Hacia el año 323 se retiró a una soledad aún mayor en el Desierto de La Tebaida, y ahí vivió, solo, durante bastantes años, hasta que al fin admitió la compañía de dos discípulos. En dos ocasiones volvió a Alejandría para sostener a los Mártires de las últimas persecuciones del Imperio Romano o para apoyar a San Atanasio en su lucha contra los Arrianos.

Cuando contaba con 90 años de edad, Antonio fue a Tebas a visitar a San Pablo el Ermitaño, ya más que centenario, a quien auxilió en su muerte y le dio sepultura.

Al Santo Abad se le atribuyen cuantiosos milagros, realizados en vida y también después de muerto, así como el haber sido perseguido y maltratado incluso físicamente por los demonios, que le representaron, por espacio de veinte años, terribles tentaciones carnales y de vanidad.

Murió en 356 a los 105 años de edad, después de una vida de oración y penitencia, intercalada por las preocupaciones y por acciones procurando solucionar los grandes problemas de la Iglesia de su tiempo.

Su importancia en la vida de la Iglesia dura hasta el presente y radica en haber sido un gran impulsor del monaquismo (vida monástica) en Egipto, de donde pasó a Europa para ser organizado, ese estilo y experiencia de comunidad orante, por la Regla de San Benito Abad. Su peculiaridad de vida florece constantemente en multitud de Órdenes, Congregaciones Religiosas y personas consagradas que han dejado el mundo para buscar a Dios y servirlo en pobreza, castidad y obediencia, y en numerosas y diversas obras de apostolado. Son cristianos que, como San Antonio Ermitaño, con su desprendimiento de los bienes terrenos, dan ejemplo para contrarrestar la codicia y el afán de riquezas, y son una constante invitación a buscar a Dios huyendo del bullicio del mundo.



Aunque venida a menos, persiste la bella tradición de pueblos y barrios de las periferias urbanas, de solicitar, en honor y memoria de San Antonio Abad, la Bendición de los animales domésticos y los del campo al servicio del hombre (ganado vacuno, equino, ovino, caprino, asnar y porcino; aves de corral y de jaula; peces en cautiverio; perros, gatos, conejos, tortugas y otra clase de mascotas.



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