jueves, 8 de enero de 2015

En Jesús se cristalizan nuestros anhelos

Juan López Vergara


El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia nos ofrece en la Mesa de la Eucaristía para hoy, celebra el pasaje del Bautismo de Jesús, cuando, justamente después de recibirlo, se ‘rasgaron los cielos’, cumpliéndose en Él las más profundas esperanzas de Israel y de toda la Humanidad (Mc 1, 7-11).


“Los bautizará con el Espíritu Santo”
El contenido de la predicación del Bautista en el Evangelio según San Marcos es muy breve, pero cada palabra entraña un valor inefable: “Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo” (vv. 7-8). El Precursor nos introduce en el Misterio de la Persona de Jesús mediante tres metáforas. Una, que sugiere al Libertador esperado y Juez escatológico: ‘El que es más poderoso’ (compárense Lc 11, 22); otra, revela que ante semejante Libertador, Juan no es digno ni de realizar los deberes de un esclavo: ‘A quien no merezco desatar sus sandalias’; y una, alusiva a ‘El que viene’, quien orienta nuestro futuro trayéndonos un Bautismo no de agua que limpia, sino de Espíritu Santo que vivifica y consagra (compárese Is 32, 15). Juan establece, así, un contraste entre su bautismo y el de Aquél que ha de venir.


Dios hace resonar su voz

Jesús vino desde Galilea para ser bautizado (véase v. 9). En el momento de salir del agua, “vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre Él. Se oyó entonces una voz que decía: ‘Tú eres mi Hijo amado; Yo tengo en Ti mis complacencias’” (vv. 10-11). Dios toma la palabra y hace resonar su voz para dar a conocer la identidad de Jesús como ‘su Hijo amado’.


Lo anunciado por Juan fue confirmado por Dios

En Jesús se cumplen las esperanzas de su pueblo cuando el cielo se abre (compárese Is 63, 19), y el Espíritu baja hasta Él (compárese Is 11, 1). Y Jesús escuchó la voz del Padre, que pronunció su testimonio: Jesús es más que el Rey (compárese Sal 2, 7); más que el siervo (compárese Is 42, 1); es el Hijo amado (compárese Mc 12, 6). El Evangelista destaca que el Padre expresó su testimonio desde la primera aparición de Jesús, y que Éste debe iluminar cuanto sigue. En el pasaje se revela la sorprendente unicidad de la relación vital de Jesús con Dios, que trasciende el carácter mesiánico, como lo entendía el pensamiento judío.

Esta revelación, acontecida inmediatamente después del Bautismo, significa que Jesús se solidariza con nuestra Humanidad pecadora, y que desde entonces contamos, a través de Él, con la presencia salvadora de Dios, “‘Le dice Felipe: ‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta’. Le dice Jesús: ‘Tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre’” (Jn 14, 8-9).


¡En Jesús se cristalizan nuestros anhelos!


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