jueves, 29 de enero de 2015

Jesús es el Evangelio en Persona

Juan López Vergara


Nuestra Madre Iglesia ofrece para hoy la escena de la primera actuación de Jesús, registrada por San Marcos, quien describe con el lenguaje y la mentalidad de su época la victoria del Señor ante los poderes del Mal, revelando así el rostro de su más caro anhelo: hacer siempre el Bien (Mc 1, 21-28).

Jesús, fuente de autoridad y doctrina

El Evangelista relata que, habiendo llegado Jesús a Cafarnaúm el sábado, asistió a la Sinagoga y “se puso a enseñar” (v. 21). Hasta la aldea más pequeña tenía su Sinagoga, donde la gente se reunía para la oración, la lectura y la explicación de la Ley y los Profetas.

Jesús de Nazareth fue un Laico respetuoso de las instituciones religiosas (compárese Lc 4, 16). El Señor enseñó no como repetidor de tradiciones, sino como Fuente de Autoridad y Doctrina: “Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (v. 22). Su enseñanza, suscrita por el embelesador Misterio de su Persona, provocó el asombro del pueblo, que intuyó la verdad de sus palabras (compárese Lc 10, 21).


¡Qué teólogos tan peculiares!

Relata el Evangelista enseguida la entrada de un endemoniado que se puso a gritar: “¿Qué quieres Tú con nosotros, Jesús de Nazareth? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios” (vv. 23-24). “Santo” significa “consagrado”, lo cual implica una separación para ejercer el ministerio profético. Aquel espíritu inmundo reconoció en Jesús al Profeta consagrado por Dios para su Misión (compárese Jr 1, 5). Los demonios contemplan lo invisible revelando la trascendencia de la personalidad de Jesús. ¿Acaso se convierten, así, en los ‘teólogos’ de Marcos?

Jesús revela su Autoridad

haciendo el Bien

A ése que se atrevió a perturbar el servicio litúrgico, Jesús le ordenó: “¡Cállate y sal de él!” (v. 25). El furibundo espíritu obedeció (véase v. 26). El mandato sugiere que Jesús compartió la creencia característica de su tiempo de la posesión de los demonios, pero la trascendió, pues con sólo su Palabra, sin recurrir a prácticas mágicas, expulsó al espíritu inmundo. Entonces, todos se quedaron estupefactos.

El asombro responde a que Jesús echó a aquel espíritu sin requerir ciertamente de fórmulas mágicas, pero también se debió a su enseñanza, como constatamos en los comentarios de la multitud: “¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta?” (v. 27a); y, sobre todo, por el impacto suscitado ante el Misterio de la luminosa y seductora Persona del Señor Jesús, quien “tiene Autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos, y lo obedecen” (v. 27b).

La enseñanza de Jesús tiene Autoridad porque no es solamente palabra, sino gesto. Es una Palabra poderosa que libera y que cura: Jesús nos revela su Autoridad haciendo el Bien.

El pasaje culmina con una especie de sumario (véase v. 28). Lo que asombra no se reduce a la novedad de la enseñanza de Jesús, sino a la Autoridad emanada de su Palabra. El Papa Francisco enseña: “Jesús es el Evangelizador por excelencia y el Evangelio en Persona” (Véase Semanario, 11/Enero/2015, Pág. 4).


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