jueves, 29 de enero de 2015

Gómez Barbosa, un consumado Fotógrafo

Luz y sombra


Gómez Barbosa por Jorge Barragán


Luis de la Torre Ruiz

México, D.F.


México es prodigioso en grandes Artistas de la cámara. Baste mencionar a unos cuantos: a partir del alemán hecho fotógrafo en México, Guillermo Kahlo, le continúa una gran lista de reconocidos Fotógrafos, entre los que, por mencionar a los más connotados, sobresalen Manuel y Lola Álvarez Bravo, Tina Modoti, Héctor García, Enrique Bostelman, Pedro Valtierra, Eliú Vega, Miriam Yampolski, Juan Rulfo y, por supuesto, Gabriel Figueroa.

Hoy en día, Jalisco puede, no sin orgullo, añadir a esos nombres el de un michoacano consentidamente adoptado por Guadalajara: Alberto Gómez Barbosa.


Carrera meteórica y brillante

Desde 1967, a partir de su primera Exposición en la Casa de la Cultura Jalisciense, este neo tapatío no ha dejado de disparar el obturador de su cámara y exponer sus trabajos, que empieza a publicar desde 1973. Siempre acompañado de su cámara, viaja por el país y dos Continentes para traernos lo que ha retenido su sensibilidad, su sentido de la composición y su ojo, casi mágico para captar el instante preciso. Así, nos regala, en un Libro, un tesoro fotográfico seleccionando imágenes que ha captado en Pátzcuaro, en Oaxaca, en Washington, en París y ciudades de España, Italia, Polonia y Hungría.

“Luz y Sombra” es el título con el que don Alberto nos lleva, a través de la luz y el tiempo, a la sombra como contraste; contraste que no sólo resalta el valor de la luz, sino también el de la propia sombra. El resultado es la perfecta simbiosis del blanco y negro. La plasticidad, la armonía que logra este señor Fotógrafo en esas doscientas imágenes, es misteriosa, sugestiva, aprensiva e inquietante. Nos abisma y nos hace pensar.

Alberto Gómez Barbosa ha ido recorriendo su vida con una voracidad estética espantosa. A través de su lente ha querido capturar todos los ángulos, los espacios y las emociones de un mundo maravilloso. Tarea de Titanes. A lo Prometeo, pretende robar el fuego (en su caso la luz) para dársela a los mortales. Seguramente no será castigado por eso. Por lo contrario, tendrá de los hombres el aprecio, el asombro y la contemplación silenciosa al estar frente a una de sus fotografías.


Del descubrimiento al asombro

Al hojear ese Libro, Alberto nos conduce con arte indiscutible por todo lo que nos rodea: la arquitectura, los niños, el paisaje, el retrato y las diversas formas y texturas que nos pasan desapercibidas en la rutina de la vida. Cosas que vemos a diario pero que no tenemos ni el tiempo ni la sensibilidad para mirarlas; es decir, para fijarnos en ellas.

Muros de antiguas haciendas; cúpulas, conventos, claustros, panteones, silos, tejados, casas; casas humildes y señoras casonas. Todo, hecho por la mano del hombre. Algo que también es historia. Lo que va dejando el tiempo en pie. Al ver esas construcciones en una fotografía que encuadra su belleza, cabría preguntar: “Los Infantes de Aragón, ¿qué se hicieron?” Tiempos idos que quedan fijos en una imagen, para que no se olviden.

“Si no os hiciéreis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”. Bien que lo sabe nuestro Fotógrafo. Por eso se apresura a detener la tierna, la dulce, la triste mirada de un niño. La sonrisa, la expectativa, la incógnita con que se inicia el camino de una vida. Los niños de Alberto juegan a las canicas, hacen ballet involuntario, se afligen o curiosean tratando de entender de qué se trata todo esto.

El paisaje, siempre horizontal: el perfil de la serranía, la franja del pastizal, las aguas tranquilas de la laguna, horizontes infinitos, panorama sin fin a derecha e izquierda. Nos invade una sensación de enorme quietud. Una pequeñez, una devoción a la Naturaleza, a la inmensidad, un acercamiento al Creador. El mar, el río, el arroyo. Los árboles, las raíces, los retoños. Nada de eso le es ajeno. Una fotografía, “Al filo del agua”, nos deja al filo de una lucidez intensa. Sin palabras.

¿Qué se necesita para tomar un buen retrato? Algo más que apretar el obturador. Se requiere un séptimo sentido; un gran respeto por la persona y el acierto psicológico para detener el instante. Alfonso de Lara Gallardo, Luis Barragán y la tía Lía, amén de otros personajes, han sido captados no sólo en su actitud, en su naturalidad, sino en lo más profundo de su alma. “Luz y sombra” es un regalo al espíritu.


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