Tecnología y humanidad para el 2015
En los finales del año que terminamos y en la perspectiva de este nuevo año que abordamos, sin duda con una esperanza renovada, tenemos sin embargo algunos asegunes que nos quitan la calma e inspiran desconfianza y miedo. Los hervores de la violencia continúan activos, acentuados con los condimentos de la impunidad y la desvergüenza. La diversidad de salvadoras Reformas, divulgadas a bombo y platillo con todos los ingredientes de los aparatos publicitarios, servidores y usufructuarios del gobierno, han quedado hasta ahora, en mera alharaca mediática y desperdicio de recursos.
La economía, termómetro indiscutible de los parámetros de humanidad: “si tienes vales, sino…”, está siendo vapuleada por los vaivenes declinantes del precio del petróleo, que arrastran en su caída la paridad del peso frente al dólar, generando más incertidumbre y carestía, que a su vez, traen consigo a su hermana inseparable, la pobreza, que muestra su rostro más punzante e injusto en millones de familias.
Por otra parte, los días presentes parecen estar inmersos en una espiral dominadora: la tecnología, que incluye grandezas, pero también desgracias sin límites. Hoy, tenemos instrumentos que lo hacen todo por nosotros, que saben de todo, que nos dan respuestas rápidas, pero miramos con desconsuelo al mismo tiempo, que esos mismos instrumentos nos aíslan, nos deshumanizan y nos hacen más proclives al desprecio de los marginados social, económica y tecnológicamente.
Los avances cibernéticos mal usados han ido destruyendo las virtudes morales que manan de la esencia de cada hombre y mujer. El Filósofo de origen hebreo, que luego se convirtió al cristianismo entre los Siglos XIX y XX, Gabriel Marcel, de una manera inusitada, alentó la esperanza en las sociedades modernas vapuleadas por las guerras; alguna vez expresó en una de sus frases más conocidas: «El amor quiere decir: tú no deberás morir». Mas ahora, inmersos totalmente en los juegos de la tecnología, parece ser que estamos ya muertos frente a los demás, ignorándonos mutuamente.
La asociación malévola entre tecnología e individualismo, se explica fácilmente. La valía de ser humanos radica actualmente en poseer objetos; sobre todo de la más reciente tecnología. Somos islas en medio del bullicio de las multitudes donde cada cual trae una virtual comunicación a miles de kilómetros de distancia, mientras desecha la cercanía de los seres que aman, sufren y se sienten en soledad junto a sí, o a su alrededor.
Esta inestabilidad genera una sensación de miedo, ansiedad y desesperación, a lo cual, se opone la esperanza. En este mismo sentido anotaba, el Filósofo: “Sólo cuando sea totalmente libre del peso de la posesión en todas sus formas, seré capaz de conocer la divina ligereza de la vida real de la esperanza”. La esperanza surge cuando el hombre se abre al misterio de la otra persona. Y somos realmente personas cuando incluimos a los demás, empezando por la propia familia, quitando el egoísmo, que es el malestar más propio de nuestro tiempo.
En medio de los disturbios y violencias de las guerras del Siglo XX, se afirmaba con razón que la esperanza la tenemos y no la usamos. Y se añadía: “La esperanza es quizás el tejido del que está hecha el alma”. Hoy, objetos de alta tecnología inundan y reemplazan la cercanía humana, propiciando que frecuentemente los humanos abusen del poder que les viene dado por esa técnica. ¿Cómo será posible luchar contra esa “ley de la gravedad” que tira al hombre hacia los excesos de la tecnocracia? La única respuesta que cabe, es volver a llenarnos de esperanza.
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