jueves, 5 de marzo de 2015

Somos hijos muy amados; démoslo a conocer

Cardenal José Francisco Robles Ortega,

Arzobispo de Guadalajara


Hermanas, hermanos:


Motivados por este tiempo que estamos viviendo, el Tiempo de Cuaresma, debemos meditar la Palabra de Dios y tomar una enseñanza práctica para nuestra vida, que nos ayude a convertirnos en sus verdaderos hijos.

Por ello, quiero compartir una reflexión sobre el acontecimiento de la Transfiguración de Jesús, cuando estuvo en el monte del que nos habla el Evangelista San Marcos. Ahí se escuchó la voz del Padre Celestial, que con claridad reconoció a Jesús como su Hijo único y amado.

Jesucristo padeció el sufrimiento, la humillación y la muerte, porque es verdadero hombre, como nosotros. Él es, al mismo tiempo, verdadero Dios, y en su Transfiguración nos dio testimonio de su Divinidad, que se manifestaría también con su Resurrección.

Cuando contemplamos, así, la Persona de Jesucristo, motivados por la Palabra de Dios, descubrimos un mensaje muy hermoso y oportuno. Cada uno de nosotros, el día de nuestro Bautismo, fuimos elegidos verdaderamente por Dios. Ese día, nuestro Padre nos adoptó y asumió nuestra condición de seres humanos, como hijos suyos para toda la eternidad.

Hermanas, hermanos, en esta Cuaresma debemos desechar todo lo que nos aleje de la condición de hijos de Dios. Tenemos que corregirnos, porque nuestras faltas, las mentiras, el egoísmo, las injusticias y todo lo que es malo, no nos permiten estar cerca de nuestro Padre.

No debemos desanimarnos ni desalentarnos por nuestros errores. No nos conformamos con ellos, pero tampoco deben ser obstáculo para corregirnos. El mensaje para estos días de preparación, rumbo a la Pascua, es que, a pesar de que hemos pecado y nos hemos apartado de nuestra condición de ser hijos de Dios, se presenta para nosotros una posibilidad gloriosa y luminosa, de llegar verdaderamente renovados en nuestra dignidad, al final de la Cuaresma, de tal manera que Cristo vuelva a decirnos: tú eres mi hijo amado y me complazco de tu buena manera de ser.

Ésta es la propuesta; hagamos a un lado todo lo que ofende y daña nuestra condición de hijos de Dios. Volvamos a ser victoriosos sobre el Mal, y caminemos, pidiéndole a nuestro Padre que nos transfigure por la fuerza de su Amor.


Yo les bendigo en el nombre del Padre,

y del Hijo y del Espíritu Santo.


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