jueves, 5 de marzo de 2015

Por sus frutos los conocerán

El Seminario, un árbol pródigo


martires[1]


Gerardo Guzmán Sánchez,

1º de Teología


A propósito del reciente Día del Seminario de Guadalajara, y para mostrar, a las personas que nos apoyan con su donativo y sobre todo con su oración, algunos de los frutos maduros de esta tricentenaria Institución de formación sacerdotal, nos referiremos a uno de los muchos Santos que ha dado a la Iglesia nuestro Seminario Diocesano.

Si bien no todos han llegado a la veneración en los Altares, algunos de ellos son los frutos ópimos de nuestra Casa, y por esos ejemplos de santidad reconocemos la mano providente de Dios. Aludiremos a Santo Toribio Romo González. Nuestro pueblo lo aclama como Patrono de los Migrantes, y es uno de los Santos Mártires más venerados.


De origen humilde y corazón magnánimo

El Padre Toribio Romo, cuyos restos se encuentran, en su mayoría, en la hermana Diócesis de San Juan de los Lagos, estudió en el Seminario de Guadalajara (que en ese tiempo tenía una Casa de Formación en aquel lugar), y ejerció su ministerio como Sacerdote de nuestra Arquidiócesis.

Nació el 16 de abril de 1900 en Santa Ana de Guadalupe, perteneciente a la Parroquia y Municipio de Jalostotitlán, en la Región de Los Altos de Jalisco. Siendo aún muy joven, sintió el llamado a la vida sacerdotal, y apoyado incondicionalmente por su hermana “Quica”, se trasladó a Jalos con muchos esfuerzos y sacrificios, pues vendían tortillas con el fin de ahorrar para sus estudios. Terminada su educación básica, pasó al Seminario Auxiliar de San Juan de los Lagos. Concluidos los Cursos de Humanidades, fue enviado al Seminario Mayor de Guadalajara, donde culminó su Carrera distinguiéndose por su piedad y dedicación.

Ya como Sacerdote, se destacó por su corazón sensible, asiduidad a la oración, y especialmente por su amor a la Eucaristía. Durante la Guerra Cristera se le envió a la Parroquia de Tequila, donde ejerció su ministerio a escondidas, pero siempre acompañado de su hermana “Quica”. Su hermano, el Padre Román Romo, fue destinado como Vicario junto al Padre Toribio, y fue quien le dio la última absolución.

El 25 de febrero de 1928, sintiéndose cansado por el trabajo, decidió descansar antes de celebrar la Santa Misa; eran las cinco de la madrugada. Mientras dormía, en una casita de la barranca cercana a Tequila, un grupo de soldados lo levantó y acribilló ahí mismo. Así termina su vida, como un ofrecimiento a Dios. Su hermana “Quica”, teniendo a su hermano agonizante en sus brazos, exclamó: “¡Valor, Padre Toribio…. Jesús misericordioso, recíbelo. Viva Cristo Rey!

Este exalumno del Seminario de Guadalajara siempre se vio apoyado por una persona especial, su hermana, la cual lo motivó a ser Sacerdote, ayudándolo incondicionalmente con recursos, oraciones, acompañamiento, servicio, y confortándolo en el martirio. Así como ella apoyó al Padre Toribio, nosotros, gracias a las plegarias y donativos de numerosas personas, nos formamos para ser Sacerdotes y seguir el ejemplo de santidad y valor de este Santo.

Por ello, les pedimos intensifiquen sus oraciones y respaldo moral, material y económico, pues gracias a estos frutos se demuestra que vale la pena apoyar a los futuros Ministros de Dios y de la Iglesia, y nosotros, los Seminaristas, demostramos que ¡vale la pena ser Sacerdote!


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