martes, 31 de marzo de 2015

La verdadera felicidad cuesta

No es cuestión de ratos placenteros


Entren por la puerta angosta, porque la puerta y el camino que llevan a la perdición son anchos y espaciosos, y muchos entran por ellos; pero la puerta y el camino que llevan a la Vida son angostos y difíciles, y pocos lo encuentran (Mt. 7, 13-14).


Baño en la charca EPA


Pbro. José Arturo Cruz Gutiérrez


Hoy en día, nuestra civilización materialista ha inventado una fórmula de felicidad barata que consiste, poco más o menos, en lo siguiente: alejar de la vida, a como dé lugar, todo sufrimiento, todo sacrificio, todo esfuerzo, y disfrutar lo más posible de cuantos placeres, diversiones, pasatiempos, dinero, etc., puedan lograrse.

Hay mucha gente que cree de verdad en esa fórmula, la prueba una y otra vez, y parece que no aprende la lección, incluyendo gente adulta, que da por supuesto que ya vivió y hasta experimentó que no es así. Y si éstos no son un modelo, un testimonio a seguir, ¿qué podemos esperar de los jóvenes, cuya mayoría se tira en forma desmedida a la búsqueda cada vez más intensa y atrevida de placeres, pasatiempos, relax, etcétera?

Y lástima de los resultados poco halagadores, pues en nuestra época, más que muchachos felices, estamos viendo cada día mayor número de desesperados, tristes, desolados, incluso suicidas… Si yo le dijera, como dato estadístico, que en cierto centro educativo hay un suicida cada semana, ¿usted lo creería?; ¿diría que no es verdad? En cambio, la realidad así es.


Una inversión a largo plazo

Muy pocos hablan de que para ser felices hay que luchar duramente. Ser feliz es posible, pero significa bastante esfuerzo; la felicidad cuesta, y mucho. Por eso, los hombres profundamente felices son contados, puesto que la mayoría se conforma con esa otra felicidad barata, efímera, que no colma, que no puede llenar el corazón del hombre.

¿Por qué cuesta tanto ser felices? Si el hombre fuera un simple animal, para hacerlo feliz bastaría llenarle la panza de buena comida. Si el hombre tuviera solamente cuerpo, entonces el comer, beber, abandonarse a la furia del sexo, a las alucinaciones de las drogas, podrían ‘hacerlo feliz’; pero son incontables quienes se entregan apasionadamente a esto, y sienten que de ninguna manera son felices.

Y es que hemos olvidado que tenemos cuerpo y espíritu. A este último, por lo general, lo tenemos flaco y hambriento, cuando al cuerpo le damos todo lo que pide. El espíritu se alimenta con otras cosas, tiene hambre, sed de otras realidades que no son materiales sino espirituales, como la búsqueda de la Verdad y del Bien, la búsqueda de Dios y el cumplimiento de sus Leyes, sobre todo aquella de “amar al prójimo como a uno mismo”. Esta búsqueda, este aceptar a Dios y sus normas no es fácil, pero siempre hay gente valerosa que se aventura a seguir por esa senda.


Hay ejemplos asequibles

Recordemos a aquella mujer que decía: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene, nada le falta. ¡Sólo Dios basta!: Santa Teresa de Ávila.

Otro, afirmaba: “Nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en Ti”: San Agustín de Tagaste. Este segundo, sacó tal conclusión después de buscar durante más de 30 años la otra felicidad barata. Por ello, es un testigo muy digno de crédito. Lo malo del caso es que, por lo general, hay quienes se convencen de esto hasta que, como él, han experimentado con todas las fuerzas la felicidad mezquina y no tienen más remedio que reconocer que no les satisfizo. Con todo, ‘hay más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión’.

No abundan las personas felices porque pocas son las que quieren luchar por la felicidad, las que creen en el esfuerzo, en los grandes ideales. La felicidad tiene poco qué ver con el dinero, el alcohol, las drogas, el placer carnal o la riqueza; pero mucho qué ver con el amor.


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