jueves, 19 de marzo de 2015

EDITORIAL

Pasión de Cristo, pasión del mundo


Los sufrimientos de cada mujer y cada hombre, de cada Sociedad y de todos los pueblos del Planeta, son los primeros sufrimientos de Cristo que tenemos que considerar, y es oportuno una semana antes de las celebraciones de Semana Santa. En la Humanidad hay existencias que sólo son remedo inicial de una vida realmente digna; unos por no luchar, y muchos por innumerables atrocidades nacidas de las Economías, de culturas y Gobiernos; pero, sobre todo, de egoísmos frenéticos que nos hace indiferentes al dolor ajeno.

Pasión de Cristo, pasión del mundo. Las brutalidades que el mundo padece son dolor para la familia humana y, por supuesto, para el Corazón de Dios. No son solamente una pantalla taquillera del cine que retrate el terror del mundo. Son desencuentros de amor; desamor entre el progreso y la pobreza extrema. Son rivalidades entre querer hacer el Bien y ganarnos el imperio del Mal.

El Papa Francisco ha hecho señalamientos que nos estremecen por su verdad y por la insensibilidad a nivel internacional. Los desafíos de la Pasión de Cristo en los pobres son tareas urgentes a resolver para los verdaderos creyentes. La economía de exclusión ve al mismo ser humano como un bien de consumo; de “úsese y tírese”. Admira la insistencia del Santo Padre ante la globalización de la indiferencia que nos cauteriza ante los males ajenos.

Hacemos caso omiso a la postura de millones de voces que protestan por la pobreza, la falta de respeto a la dignidad humana, por los crímenes. Hay otro silencio de medio mundo que no tiene ni tiempo propio para manifestarse, pues se ocupa de conseguir y dignificar el sustento diario. La voz de las mujeres, madres, abuelas, niñas, son ciclones de silencio y lágrimas por la carencia de oportunidades y sustento. Innumerables hogares que siguen siendo santuarios vivos de la vida por la maternidad, son el contrapeso final de un progreso mal entendido y la ceguera producida por el encandilamiento de las ideologías del postmodernismo. Egoísmos reconcentrados en la felicidad individualista.

La idolatría del dinero es un becerro de oro que nos aleja de la verdadera religiosidad. Ésta es la Pasión de Jesucristo, de cada hombre y mujer que sufre o hace sufrir a otros. La realización de las ilusiones personales queda, en muchos, truncada al primer intento, mientras algunos Gobiernos no se cansan de mirar el ombligo de su prosperidad personal. La lucha contra el hambre de pueblos enteros cae de bruces ante el glamour que se regodea en los espacios publicitarios de altas cotizaciones. Corrupción y una economía mal administrada que está permanentemente en choque contra el salario mínimo y la dignidad y derechos elementales de todo ser humano.

Se sacraliza el consumo ante una mal entendida autonomía de los mercados; se prioriza la especulación financiera en lugar de la administración de los bienes. El descaro de sueldos estratosféricos entre políticos ensombrece el futuro para poder construir pueblos dignos y la urgencia de cimentar una democracia verdaderamente surgida del pueblo, no de la manipulación mediática. La gente común mira con sorda envidia a la clase gobernante y llega a considerar, equivocadamente, el vandalismo y el crimen como moneda de cambio ante tanta desvergüenza. El desquite corroe los cimientos de una cultura de paz.

Esta pasión dolorosa de la gente sencilla sí tiene solución a estos problemas -menciona el Papa-: iniciar un rechazo de la idolatría de los mercados y el dinero. Luchar por la conciencia en la dignidad de cada persona y el bien común. Así dice la Doctrina Social de la Iglesia. La Pasión de Cristo será más eficaz cuando procuremos vivir mejor.


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