jueves, 12 de marzo de 2015

EDITORIAL

¿Leyes para destruir la conciencia humana?


El morir bien es un deseo que culmina toda la existencia de cualquier ser humano. Ninguno vivimos para morir, sino que buscamos tener un estilo de vida que nos dé inmortalidad. El pensamiento cristiano habla de la muerte como un regreso a la paz de Dios, un regreso a sus manos creadoras cuando Él buenamente lo disponga. Entendemos y asumimos su pleno derecho en la vida y en la muerte.

Sin embargo, hay dilemas que arrastran a la Humanidad a otras determinaciones. El problema más angustiante que se atraviesa en el correr de los años es precisamente el deterioro, en muchas formas, de la vida humana; la pobreza puede llegar como un fantasma indeseable; las enfermedades -las normales y las incurables- aunados los vicios, que destruyen y modifican todos nuestros proyectos; el entorno familiar, que se deteriora por la fragilidad y obstinación de conductas impropias.

Todos los seres humanos buscamos respuestas ante el sufrimiento. Algunos, por cauces de Fe y religiosidad. Unos, con cierta intolerancia y atrevimiento para modificar la vida de otros. Se quisiera organizar, determinar y acomodar la vida de los demás con Leyes obscenas y atrevidamente contradictorias al Derecho Natural que a cada individuo le corresponde llevar adelante, según sus creencias. No debe legislarse para las mayorías haciendo daño a las minorías, como tampoco atribuirnos el derecho de las minorías retorciendo las opiniones de las mayorías, atropellando de por medio sus convicciones profundas.

Hay, en el tema de la eutanasia, conductas veleidosas. Algún político, sin el arte de la democracia, sin ninguna luz para hacer el Bien, busca en los espacios públicos su propia promoción. Utiliza ciertas banderas controversiales que organismos comerciales, políticos o ideológicos promueven para terceros. Se autonombran -determinados organismos y servidores públicos de mala cepa- con el derecho de legislar para los demás, cosas absurdas. Y todavía más: percibiendo salarios estratosféricos para hacer “una chamba” en contra de los mismos ciudadanos que lo eligieron.

El asunto nunca ha sido fácil, y menos en una contracultura de la vida que nos brinca por todos lados. La simple invocación del tema en cualquier grupo humano es controversial; se suman razones lúcidas a otras engarzadas a intereses sucios. Lo complejo y escabroso del caso da origen a toda suerte de opiniones; unas, desde la conciencia de un sustento espiritual: Dios es el Señor de la vida; Él dispone un mundo y posibilidades para vivir, y Él, en definitiva, será quien nos llame a rendir cuentas. Hay, también, soluciones tecnocráticas, salidas de un cientificismo que destruye todo sentido trascendente del ser humano. Se afirma que un individuo gravemente enfermo, para quien la vida es un peso, puede decidir cuándo y cómo morir.

A lo largo de la Historia, este fenómeno se ha manifestado de muchas formas; pero actualmente también se presumen argumentos en un cierto sentido inédito. Que si los temas económicos, o las legislaturas que buscan hacer ruido, o las propuestas de las supra-instituciones pretenden erigirse sobre todo Derecho. Los hay que parecen tratar mejor a los animales, que son, según el relato bíblico, “creaturas para el servicio del hombre”, que al mismo ser humano, razón única de toda la Creación, según lo explica el sentido religioso y auténticamente creyente.

La palabra eutanasia, quiere decir, principalmente, buena muerte, muerte apacible, sin sufrimiento. ¿Qué sabemos que quieren legislar en los Tribunales? La eutanasia es una decisión individual; pero dicen que es necesario que se validen Leyes más allá de ideas filosóficas, religiosas, culturales y políticas. ¿Hay alguna alternativa para la eutanasia? La opción real para ello es cuidar con amor y adecuadamente a los moribundos. Éste es el sentido profundamente humano de la cultura cristiana.


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