martes, 31 de marzo de 2015

La mañana de Pascua

Marcos 16, 1-7. Domingo de Resurrección. Acerquémonos a Jesús Resucitado. Para todo cristiano, la Pascua no puede transcurrir sin más.


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Xavier Caballero | Fuente: Catholic.net


Jesús ha vencido al Mal -incluso el que nosotros hemos cometido-, y hemos triunfado con Él. La Magdalena se postra ante Él, y la llena del gozo de su Resurrección, como quiere llenarnos a nosotros en este rato de oración. Sólo basta perseverar en la prueba y pedir su Gracia. Buscar para encontrarlo.

Pero Cristo Resucitado nos muestra que Él no se deja ganar en generosidad. María Magdalena no pensaba encontrar más que un cadáver; y, sin embargo, Cristo se le muestra con su Cuerpo Glorioso, Vivo para siempre. Animados por esta confianza, debemos también acercarnos con una disposición de entrega al Salvador, para pedirle que nos ayude a vencer al hombre viejo, a vivir como hombres o mujeres nuevos…

La Resurrección obra una auténtica transformación en la Magdalena. Ya no llora. Ahora es enviada por el Señor, a través del Ángel, a anunciar el gozo de su Triunfo: “Ve y dile a mis hermanos..” ¡Por primera vez en el Evangelio, Jesús nos llama hermanos suyos! ¡Se ha realizado la filiación divina: somos verdaderamente hijos adoptivos de Dios y hermanos de Jesucristo! Y, como tales, participamos de su misma Misión… La Resurrección no podemos guardarla en el baúl de los recuerdos, sino anunciarla a los cuatro vientos, como María Magdalena, de manera que muchos otros hombres y mujeres se conviertan en apóstoles convencidos del Reino de Cristo.

Magdalena sale a dar testimonio de la Resurrección, pero su amor no le permite sólo rezar y dar ejemplo con su vida virtuosa para que los demás conozcan a Cristo. Ella siente la necesidad, esencial a nuestra vocación cristiana, de hacer algo, hablar, predicar, atender, ayudar, etc., todo lo que pueda, para dar a conocer el Amor de Nuestro Señor al mundo.


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