jueves, 5 de marzo de 2015

El Universo entero debe convertirse en Templo de Dios

Juan López Vergara


El Evangelio que nuestra Madre Iglesia ofrece hoy, nos recuerda una acción simbólica con la cual Jesús purificó el Templo de Jerusalén, que muestra su compromiso radical por la Causa de Dios, revelándose Él mismo como el nuevo lugar de encuentro entre el hombre y su Padre (Jn 2, 13-25).


La reedificación mesiánica

El pasaje comienza precisando: “Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas” (vv. 13-14). Con la fórmula “Pascua de los judíos”, el Evangelista San Juan marca una distancia entre Jesús y el rito judaico.

Jesús realizó un gesto simbólico, que debemos comprender a la luz de la tradición profética: “Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del Templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas, y a los que vendían palomas les dijo: ‘Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la Casa de mi Padre’” (vv. 15-16 compárense con Zac 14, 21). Semejante acción purificatoria, además de corregir la abusiva mezcolanza de negocios y religión, se constituye en el anuncio de la reedificación mesiánica del Templo.


Jesús es el verdadero templo

Los judíos pidieron una señal (véase v. 18); pero Jesús los desafió con una ambigua metáfora: “Destruyan este Templo y en tres días lo reconstruiré” (v. 19). El verbo griego egeirein: “levantar”, “edificar”, también significa “despertar”, e inmediatamente recuerda la Resurrección de Jesús. Entonces replicaron: “Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del Templo, ¿y Tú lo vas a levantar en tres días?” (v. 20).

A continuación, el Evangelista emplea un recurso didáctico helenístico, conocido como “el equívoco”, que ayuda a descubrir una interpretación más exacta de las metáforas, cuando explica que Jesús “hablaba del Templo de su Cuerpo” (v. 21). Al designar al Templo como “la Casa de mi Padre”, Jesús se presenta como el Hijo, que tiene autoridad en el Templo y sobre él. El sentido de la imagen radica en que Jesús en Persona es el Nuevo Templo: el lugar de la presencia de Dios. Esto sólo fue comprendido hasta después de su Resurrección (véase v. 22). Se establece, así, el principio hermenéutico que parte de la Resurrección para la comprensión del Misterio de Jesús.


En Jesús contemplamos al Padre

Si hasta entonces los hombres se construían Templos y buscaban lugares dónde encontrar a Dios; ahora Dios se ha hecho presente en la mismísima Persona de su Hijo. En Jesús es donde contemplamos la Gloria del Padre: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado” (Jn 1, 18), y lo adoramos en espíritu y verdad (véase Jn 4, 22-24). Por eso el Universo entero debe convertirse en Templo de Dios.


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