jueves, 19 de marzo de 2015

Sólo el amor es digno de Fe

Juan López Vergara


El pasaje del Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia celebra hoy, concluye con una esperanzadora declaración de Jesús, quien asegura que en la Cruz es revelada su Gloria y opera nuestra Salvación, porque su Amor perdona y restaura (Jn 12, 20-33).


La fecundidad salvadora de la Cruz

Unos griegos que acudieron a Jerusalén a la Pascua estaban interesados en conocer a Jesús. Felipe y Andrés le informaron (véanse vv. 20-22). Jesús, entonces, reveló: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado” (v. 23). Enigmáticas palabras, que aclaró mediante dos imágenes: “Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna” (vv. 24-25). En la antigüedad, el proceso de la siembra y la nueva planta se concebía no como simple proceso natural, sino como algo maravilloso. Jesús anuncia la fecundidad de su Muerte, que será salvadora, pues de ella brota la vida eterna.

Ser para los demás

Luego los invitó a seguirlo (véase v. 26). Estamos llamados a seguir el camino de Jesús, su “pro-existencia” radical; esto es, vivir para los demás. Jesús da ejemplo de que el hombre se posee para entregarse, y se entrega para realizarse: se es para sí siendo para los demás.


El inquebrantable poder del amor

Jesús comparte en todo nuestra condición humana, menos en el pecado; conoce el abismo de la agonía: “Ahora que tengo miedo, ¿voy a decirle a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido” (v. 27 compárese Hb 5, 7-9). Conformar la voluntad humana a la voluntad divina es el corazón mismo de la Redención.

La comunión con el Padre en la obediencia se transforma en la glorificación de Cristo por el Padre y del Padre por Cristo (véase v. 28). Cristo es el hombre que ha llegado hasta el límite de nuestras posibilidades, su libertad absoluta, su participación desinteresada y, a la vez, arriesgada, en una solidaridad que le llevó hasta la Cruz, la hora de la victoria, cuando al ser “exaltado” atrae a todos para Sí (véanse vv. 28-33). La Cruz es el lugar de encuentro del don del Padre, que nos entrega al Hijo para que comparta nuestro destino y reconozcamos en Él su voluntad de reconciliación, y el don del Hijo, que entrega su vida delante del Padre por nosotros, manifestando así el inquebrantable poder del Amor.

Cristo se ha acreditado como el prójimo absoluto, y donde hay projimidad, fiel está Dios (véase Jn 13, 34-35). Esa vida de plenitud no la puede romper ni la muerte, que se convierte en fuente de vida. Jesús enseña que vivir es des-vivirse para que los medio-vivos-revivan. En la Cruz, Cristo atrae a todos hacia Sí, testificando que sólo el Amor es digno de Fe.

El Papa nos exhorta que: “La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro” (véase Semanario, 15/febrero/2015, Pág. 4).


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