jueves, 12 de marzo de 2015

Tú eres el Templo de Dios

Cardenal José Francisco Robles Ortega,

Arzobispo de Guadalajara


Hermanas, hermanos:


En esta ocasión quiero recordar un pasaje, en el que Cristo Nuestro Señor nos enseña una lección muy valiosa, cuando arrojó a los comerciantes de la Casa de su Padre, al encontrar el Templo de Jerusalén convertido en un mercado.

Tal gesto de Jesús despertó interrogantes entre los que vieron y lo vivieron, al grado de que le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces Tú esto?” Y entonces Jesucristo Nuestro Señor les respondió: “Destruyan este Templo, y Yo en tres días lo reedificaré”. Sin embargo, Él hablaba de otro Templo, el de su Cuerpo, que resucitó al tercer día.

Ésta es la señal que Jesucristo nos dio: “Yo soy el Templo Nuevo, Yo soy el Templo donde habita Dios en plenitud”. Cristo es la Revelación de Dios, y en su Templo nos manifiesta su Amor, su Misericordia, su Bondad, su Redención y Salvación. Por eso, a partir de Él, los Templos materiales no tienen sentido sin su presencia.

Pero hay algo más, algo más hermoso y profundo para nosotros, que quiero destacar. El día de nuestro Bautismo quedamos injertados en Cristo, y comenzamos a ser el Templo vivo de Dios. Cada una y cada uno quedamos consagrados a Él, y podemos dirigirnos a Nuestro Padre para darle culto de nuestra Fe y Oración, de tal manera que podemos ser depositarios de todo su Amor y Salvación.

Si reflexionamos de verdad en este Tiempo de Cuaresma, podemos hacer una revisión, que podría ir en este camino: ¿Cómo he convertido mi relación con Cristo en una relación de mercadeo?… Y, ¿saben cómo?, pues pensando en que el Señor Jesús sólo está para resolverme mis problemas. En ocasiones, hasta “negociamos” con Él: le doy unos días de ayuno, de no fumar, de no tomar, para que me conceda algo.

También debemos revisar cómo es nuestra relación con nuestros hermanos, porque podemos convertirla en un negocio: Yo quiero nada más al que me quiera; yo ayudo al que me ayude; yo respeto al que me respete.

No convirtamos la Casa digna del Padre, que somos por el Bautismo, en un mercado. Cada hombre, cada mujer, tan sólo por ser humano, tiene un valor. Por tanto, hay que respetar, no hay que humillar y no hay que atropellar la dignidad de nadie.

Nosotros somos los que hacemos los estratos “de primera, de segunda y de tercera”; somos los que ponemos a la gente en casilleros: los que están en la cárcel, son malos; los que estamos libres, somos buenos. Aunque esté mi hermano en la cárcel, es un Templo digno de Dios, y debo amarlo y respetarlo como tal.

Tenemos que recuperar la dignidad, el valor, el amor de la Salvación, de la Redención, que Jesucristo nos mereció con su Muerte y Resurrección.


Yo les bendigo en el nombre del Padre,

y del Hijo y del Espíritu Santo.


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