jueves, 5 de marzo de 2015

Decapitados por Cristo

Es impresionante el martirio de las Santas Perpetua y Felícitas, dos mujeres jóvenes, como lo es de quienes -todavía hoy en día- siguen asesinando los yihadistas.


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Ambas Santas, a principios del Siglo III, madres de dos recién nacidos, fueron arrojadas al anfiteatro de la Ciudad de Cartago para que un toro bravísimo las abatiera a cornadas. Es, en verdad, impresionante, tanto más si se trata de dos mujeres, además inocentes, que sufrieron ese tormento por el hecho de ser cristianas.

En el año 202, el Emperador Septimio Severo -quien gobernó Roma del año 193 al 211- expidió un Decreto para que el Cristianismo quedara proscrito en todo el Imperio, y lanzó una terrible persecución contra los cristianos de Cartago, Alejandría, Roma y Corinto; tan terrible, que san Clemente de Alejandría dejó escrito: “Muchos Mártires son quemados a diario, confinados o decapitados, ante nuestros ojos”. Las Santas Perpetua y Felícitas murieron en esa persecución en Cartago el 7 de marzo del año 203.


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En el subterráneo ardiente

Perpetua, de familia rica, acababa a dar a luz a su primer hijo a los 22 años. Felícitas, también joven, era una esclava de Perpetua, y como ambas eran cristianas, una mañana que se celebraba un encuentro religioso en casa de Perpetua, irrumpieron militares romanos para hacerla prisionera, junto con su esclava Felícitas, y los esclavos cristianos de nombres Sáturo, Saturnino, Revocato y Secúndulo.

Gracias a que Perpetua escribió un Diario durante su cautiverio, conocemos algunos detalles: “Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir de calor y de asfixia, y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y de luchar por nuestra Fe”.

Al día siguiente, dos Diáconos pagaron a los carceleros para que ellas estuvieran en una celda menos sofocante y oscura, y para que Perpetua pudiera estar con su hijo y alimentarlo.


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Sufrimiento al límite

Por su parte, Felícitas dio a luz en la prisión a una niña, ante las burlas de un carcelero que se mofaba de los dolores de parto, y a quien, según narración de testigos presenciales, ella dijo: “Cuando llegue el martirio, me acompañará la Gracia de Dios, que me llenará de fortaleza”.

Durante el proceso jurídico, que duró varios días, Perpetua y sus compañeros proclamaron su opción por la muerte, antes que adorar a falsos dioses. El día del holocausto, en el anfiteatro, los esclavos fueron los primeros en morir, desgarrados por osos y leopardos.

A Perpetua y Felícitas, luego de enredarlas en una malla envolvente, las colocaron en el centro de la arena, y soltaron a un toro bravo que las corneó con furia. Luego, las sacaron de la arena por una de las puertas de los gladiadores para enardecer a la muchedumbre, deseosa de sangre, y tras un momento de espera, volvieron a ingresarlas para decapitarlas públicamente a golpes de espada.

El hijo de Santa Perpetua creció con sus familiares. A la hija de Santa Felícitas la recibieron y criaron unas mujeres cristianas.


El martirio cruel de cristianos no ha terminado


El testimonio de estas dos madres jóvenes y Mártires, que ha sido por siglos un gran testimonio de amor a Cristo y a la Iglesia, quedó recogido en las “Actas de la pasión y martirio de las Santas Perpetua y Felicidad”, y se difundió ampliamente en los siglos posteriores. Gracias a estas Actas, su valor y fortaleza de Fe fue conocido por muchos; sus nombres se inscribieron en el Siglo IV en el Canon de los Mártires Cristianos -el Calendario filocaliano de Roma del año 354-, y se fijó su Memoria litúrgica el día 7 de marzo de cada año.

Justamente en la Basílica Majorum de la Ciudad de Cartago, al Norte de África, donde dieron su vida por amor a Cristo y a la Iglesia, allí se encuentran sus restos-reliquia, bajo una inscripción que da cuenta del sepulcro: “Aquí reposan las Mártires Felícitas y Perpetua, quienes sufrieron en las nonas (el siete) de marzo”.

Es impresionante el martirio de estas Santas, pero ahora resulta escalofriante ver que, dos mil años después, en pleno Siglo XXI, no se hayan erradicado estas persecuciones atroces, y que se decapite a cristianos solamente por serlo, como aconteció a los 21 coptos egipcios, degollados por el Estado Islámico en Libia, el lunes 16 de febrero. Ellos, igualmente, son Mártires; también se mantuvieron firmes en la Fe, y murieron diciendo: “Ayúdame, Jesús, ayúdame”. Al otro lado del mundo, también debemos dar testimonio, a ver de qué manera, de nuestra Fe.


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