jueves, 19 de marzo de 2015

Misioneros alegres, testigos de la Luz

Cardenal José Francisco Robles Ortega,

Arzobispo de Guadalajara


Hermanas, hermanos:


En medio de la Cuaresma, la Iglesia nos hace una invitación a la alegría, dentro del ambiente austero y de penitencia, propios de este Tiempo. Nos convida a alegrarnos por el Misterio que vamos a celebrar en la Fiesta de la Pascua, el Misterio del Amor de Dios.

Y ése es el motivo de nuestra alegría, el Amor que Dios nos ha manifestado entregándonos a su único Hijo para que nos salvemos por Él, y el Amor que su Hijo nos ha manifestado, entregando su vida por nosotros. Cristo, levantado en el madero de la Cruz, nos atrae, porque nos ha dado la prueba más grande de su Amor.

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Por eso, Jesús Crucificado nos atrae, nos acerca, nos acoge, nos abraza, para ofrecernos su gratuita Misericordia y Salvación. Éste es el centro de toda nuestra Fe, el Amor infinito de Dios manifestado en Jesucristo.

El Papa Francisco nos ha invitado a que celebremos un Año de Gracia para experimentar la Misericordia infinita de Dios, el motivo auténtico de la alegría cristiana, que es saberrnos amados y salvados por Dios.

Pero hay una condición: que renunciemos a las obras de las tinieblas y vivamos como hijos de la Luz. Cuando vivimos afectados, aficionados a las obras del pecado: al egoísmo, a la vanidad, a la soberbia, a la maldad, a la impureza; cuando vivimos aficionados al pecado, vivimos en las tinieblas, en la oscuridad. Y Cristo Nuestro Señor vino para hacernos hijos de la Luz; es decir, hijos de la verdad, de la libertad, de la vida, no esclavos del pecado.

La Cuaresma es un tiempo especial para que recuperemos nuestra condición de llamados a ser hijos y testigos de la Luz, para que no sigamos caminando en las tinieblas, en la oscuridad del Mal ni en la oscuridad del pecado. Dios quiere hijos en la verdad, en la libertad y en la santidad. Dios nos quiere alegres, por ser libres de todo pecado.

El recuerdo del Amor de Dios podemos actualizarlo y hacerlo presente en cada Eucaristía, porque en ésta acontece para nosotros el Amor infinito de Dios. En cada Eucaristía podemos decir: ‘Cristo me ama y se entrega por mí. Así como soy, así como estoy, como me siento, Cristo me ama’.

Veamos, hermanos, hermanas, que es razonable, justo, que la Iglesia nos invite a la alegría, al gozo, porque somos destinatarios del Amor infinito de Dios. “Tanto amó Dios al mundo, que nos envió a su único Hijo”, y este envío es para llevar a cabo una Misión de Amor.

En este Tiempo de Cuaresma, muchos Laicos y Religiosos van de Misiones, se sienten enviados por Dios, como testigos de su Misericordia. Nadie va a la Misión por pasatiempo, por no tener más que hacer, por turismo. Nadie va a la Misión para liberarse de ambientes que no soporta en su vida ordinaria. El que va a la Misión, lo hace por amor, y a ser testigo del Amor de Dios, y a testimoniar ante los hermanos, especialmente los que sufren, cuánto es grande, cuánto es eterno, el Amor y la Misericordia del Señor. En el encuentro vivo con Cristo, con la comunidad de la Iglesia, son enviados como el primer enviado. “Tanto amó Dios al mundo, que nos envió a su único Hijo”. Y, tanto ama Jesucristo a su Iglesia, que envía a sus discípulos y discípulas para que sean testigos del Amor.


Yo les bendigo en el nombre del Padre,

y del Hijo y del Espíritu Santo.


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