jueves, 26 de marzo de 2015

La humildad de Dios

Juan López Vergara


La Madre Iglesia proclama hoy “La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, según San Marcos” (14, 1 – 15, 47), que comentaremos a través de un antiquísimo e importante Himno cristológico con el cual nuestros primeros hermanos en la Fe rendían culto a Jesús como su Señor (Flp 2, 6-11).


No aceptó jugar con ventaja

Pablo exhorta a la comunidad a crear su proyecto de vida en función del Bien, fundamentados en su unión con Cristo (véase v. 5). La ética es cristocéntrica y fluye de las posibilidades abiertas por la Redención. Propone a Cristo como modelo mediante un Himno, cuyo carácter poético y litúrgico se evidencia en dos estrofas que describen el “camino de Cristo”, partiendo del ser en Dios, anterior a la Creación, hasta su arribo en la historia humana, y desde ésta, de nuevo, al dominio de Dios.

La primera estrofa revela que: “Cristo Jesús, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Así, hecho uno de ellos, se humilló a Sí mismo y, por su obediencia, aceptó incluso la muerte, y una muerte de Cruz” (vv. 6-8). En esta parte corresponde a Cristo ser el sujeto; su actuación tiene una motivación: la libertad. La “kénosis” (anonadamiento) constituye un rasgo central. ¿Acaso puede haber mayor contraposición que Dios-esclavo? Cristo entró en la Historia como una persona sin ventajas, buscando siempre servir a la Humanidad (compárese Mc 10, 45).


Un camino de libertad

La muerte es el punto de destino de un camino emprendido en libertad, pues para Jesús, y únicamente para Él, es también la muerte un acto libre (compárese Jn 10, 17-18). Sólo aquel que conoce la prehistoria de este Único entiende su libertad de morir, y es esta muerte la que demuestra que Jesús se ha hecho realmente uno de nosotros.


La persona de Jesús como acto de humildad

Desde el comienzo de la segunda parte hay un cambio radical. En la primera se describe la humillación de Cristo, y en la restante su exaltación: “Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre” (v. 9). Varios testimonios indican que la afirmación: “Jesús es el Señor” es la fórmula confesional más antigua de la Iglesia (compárense v. 11 y Hch 2, 36; Rm 10, 9). La última palabra del Himno es “Padre” para enfatizar que ahora, en Cristo, Dios y el mundo son unidos. San Pablo recurrió a este Himno, que presenta el modelo de Jesús, pero no en detalles o actos aislados de su vida, sino en su Persona mesiánica: el mismo ser de Jesús es propuesto como acto de humildad, quien vive para hacer el Bien, convirtiéndose en el ejemplo a seguir por sus discípulos, que lejos de comportarse soberbiamente, están llamados a convertirse en luz del mundo (véase v. 15).

La humildad de Dios ocupa el Centro del Cristianismo. El Papa nos enseña: “La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo, y así llegar a ser como Él” (véase Semanario, 15/febrero/2015, Pág. 4).


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