jueves, 5 de marzo de 2015

Un Sacramento de amor

A imagen del mismo Dios


Familias


María Fernanda Andrade Alcázar y Bertha Leticia Gómez Rodríguez

Instituto Juan Pablo II para la Familia


Sé honesto: ¿Qué es lo primero que piensas cuando escuchas la palabra sexualidad? Claro, primeramente, aclarar que la sexualidad es mucho más que el acto sexual en sí mismo. “Sexualidad es el conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo” (Real Academia Española de la Lengua, 2001).

Aquí se nos presenta una interrogante: ¿El ser humano, la persona, es solamente su condición anatómica; es decir, su cuerpo? Porque, si la sexualidad consiste en condiciones que caracterizan a cada sexo, a cada persona, no debe de aislarse la parte espiritual, que trasciende. Somos cuerpo y espíritu.


De qué se trata

La sexualidad, según el Catecismo de la Iglesia Católica, CIC, <<se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer>>. Es decir, soy hombre en plenitud a través de ti, mujer. Y soy mujer en plenitud a través de ti, hombre.

Esto no significa que estemos incompletos o que tengamos que buscar a nuestra “media naranja”, porque nosotros ya somos naranjas completas. Pero cuando se trata de la sexualidad, a pesar de ser naranjas completas, necesitamos de alguien más, no para completarnos, sino porque no hay otra forma de vivirla que en relación con el otro.

“No es bueno que el hombre esté solo” (Gen 2,18)… Como podemos apreciar en el Libro del Génesis, el ser humano está hecho para complementarse. En el momento en que Dios creó al hombre, vemos que a pesar de que todos los animales en el Paraíso estaban en perfecto estado, ¡el hombre se sentía solo! Y solamente hasta la comunión con la mujer, Dios vio que era bueno, y no sólo bueno, sino <<muy bueno>>.

Dios creó al hombre y a la mujer, y los creó a imagen y semejanza suya. Esto quiere decir que el ser humano realiza la imagen de Dios en la unidad de la pareja. Entonces, estas condiciones que nos hacen ser mujer o ser hombre, ¡son parte del plan de Dios! Estas diferencias que nos hacen hombre o mujer, nada de malo tienen, y la común unión entre los cónyuges es precisamente en donde se esclarece el Plan de Dios, en el matrimonio.

Esposos: nuestra sexualidad está creada para amarnos a imagen de Dios Amor.

¿Mas, qué ha pasado hoy en día con la sexualidad? Christopher West, haciendo la analogía del cuerpo con una hermosa pintura, la más bella de todas, explica cómo esta pintura, al paso del tiempo, ha ido destruyéndose gracias a la lujuria, y que muchos creyentes (mal formados) le han dado la espalda a esta bella pero malentendida obra de arte, tirándola a la basura y satanizando las relaciones sexuales.

El Papa Juan Pablo Segundo, hoy Santo, rechazó la idea de ‘tirar a la basura’ esta maltratada pintura, pues procuró restaurarla y mostrarnos el maravilloso Plan de Dios. Es parte de este Plan la comunión; es decir, la <co-unión> entre hombre y mujer. Y es en esta comunión espiritual, emocional y también corporal, en donde Dios se esclarece.


Efectivamente, nuestro cuerpo es un medio para expresar lo divino

A ejemplo de Jesús, que en cada Eucaristía se ofrenda totalmente en el Santo Sacrificio del Altar, los cónyuges se entregan el uno al otro no sólo en el aspecto físico, sino también en el psicológico y en el espiritual. Teniendo apertura a la vida, se convierten, además, en imagen y semejanza de La Santísima Trinidad. Dios Padre ama a su Hijo Jesús, y el Amor que hay entre Ellos es el Espíritu Santo. Así pues, los cónyuges se aman y se entregan el uno al otro, y es tanto el amor que se profesan, que no cabe en dos personas y se representa en tres: el esposo, la esposa, y en la generación de un nuevo ser, que nace como símbolo perfecto del amor que se tienen, y que de hecho se multiplica cuando procrean más hijos.

Es un Sacramento, pues siendo un don tan grande, implica una responsabilidad aún mayor. Sin Dios, no se puede. La sexualidad es un signo y una garantía de comunión espiritual, santificada por el Sacramento (CIC, 2360). Bellísimo, ¿no es cierto?


No hay comentarios.:

Publicar un comentario