jueves, 26 de marzo de 2015

EDITORIAL

Domingo de Ramos, molestia de los poderosos


Cada hombre y cada mujer tienen su Domingo de Ramos; oportunidad de alabar la sencillez y el amor verdadero… o la contraparte: cegarse ante el Bien y utilizar la calumnia, la envidia y el odio como armas para destruir.

Todos los días hay un doloroso encuentro entre la bondad y la insidia, como también donde la ternura de los corazones simples reconoce al Mesías de Dios. Ésta es una página que a diario se repite entre los grupos sociales y hasta en el corazón de la familia. El odio y el amor parecen alternativamente desplazarse y enfrentarse incluso en los hogares, no se diga en las naciones.

El Domingo de Ramos es, para Jesús, un momento de Gloria y de reconocer la bondad de los de corazón puro. La grandeza que se madura en golpes de sufrimiento. En la entrada triunfal de Jesús hay cánticos elocuentes, que confirman que la Bondad triunfará sobre el Mal, aunque se recorran momentos enormes de infortunio.

En el ingreso de Jesús a Jerusalén, la capital política y religiosa de Israel, los niños han sido los gestores de la alegría, de quienes brota la alabanza transparente y el regocijo, porque ellos, mejor que nadie, conocen el Bien y la vida. Los grandes se ofenden e increpan a Jesús para que cambie el escenario: “¡Cállalos!” Jesucristo, en cambio, invita al mundo a confiar en los niños; son siempre la alegría y la naturalidad ante las cosas buenas.

Las multitudes han reconocido a su Benefactor, quien les ha enseñado tantas cosas, a compartir, a amar y a perdonar; les habla desde su sencillez. Cantan su Domingo de Ramos, resuenan las alabanzas de siglos, que el corazón de un pueblo guarda siempre para momentos singulares de su Historia.

“Las piedras gritarán”. Fue la respuesta de Jesús ante la injusticia, ante los que quieren amordazar el contento. Así será cada vez que se quiere la verdad en el corazón. El gozo del pueblo es imposible de manipular porque brota de su necesidad de abrir una ventana en el horizonte de sus pesares. Cierto, a veces se maneja y se enrarece la Esperanza. Se ofrecen falsas salidas: la droga, el crimen, la muerte, un materialismo degradante. Y entonces la Esperanza se desmorona.

Los poderosos exhiben un aire de violencia en conciliábulos compartidos por el miedo, por la angustia ante la pérdida de sus hegemonías o sus pretensiones vapuleadas. El fariseísmo siempre decreta que “un solo hombre muera por el pueblo”. Los Gobiernos buscan estratagemas para desviar la atención de las multitudes; pero este Redentor ha querido ser escarnecido en lugar de todos. Sufrir para que los temores de las muchedumbres se transformen.

El pueblo que reconoce y aclama a Jesús reboza alegría a pesar de los días malos; en cada grito, en cada flor, en los mantos de su pobreza tendidos para saludar el paso del Rey, ahí sigue haciéndose presente la Salvación de Dios.

La mortificación es camino seguro para dar valor y decisión a salir del Mal; para alcanzar la experiencia del amor y la paz. Es la vía que ofrece Jesús, la pasión de cada hombre y mujer hacia la transformación. Para eso empieza la Semana Santa con el Domingo de Ramos: para dar vigor y alegría a los sencillos, tumbar los enconos y rencores mediante el único antídoto efectivo: el sufrimiento, el aniquilamiento… “Como el grano de trigo”, según nos recuerda la Biblia.


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