Luis de la Torre Ruiz
México, D.F.
Murió don Alejandro. Sí, “don Jando”, el de El Maguey…. ¿Y qué? ¿Quién es o quién fue don Alejandro? Nadie. Como yo tampoco seré alguien unas horas después de mi muerte.
Don Alejandro era un viejo campesino del Rancho El Maguey, dedicado toda su vida al campo. Siempre lo vi mayor que yo, pero resulta que ahora que estuve en el rancho y fue él a visitarme (como a despedirse) me dijo que tenía mi edad, ochenta y un años. ¿Acaso lo alcance?
El hombre ya andaba con dificultad, acompañado de su esposa, también anciana pero más entera, que le servía de apoyo para caminar por los callejones como arroyos secos, pedregosos, y también para estar interrumpiéndolo en sus pláticas, en las que don Alejandro se iba a otros terrenos, a los terrenos de la Fe y del amor a la Naturaleza.
La Contemplación sin complicación
Él no podía creer que nadie, refiriéndose a sus hijos, no fuera a creer en Dios. “Mire, Luisito -me decía-, en mis días enteros que paso con mi burro en la serranía, en los campos más despoblados, buscando plantas medicinales, leña a veces, cuando me siento a descansar pienso en la grandeza de Nuestro Señor, que hizo este mundo tan precioso. Y me quedo clavando la vista en un hilito de hormigas que caminan sin cesar, llevando, una a una, grandes hojas de plantas en sus pincitas y encontrándose con otras que vienen por más. ¡Qué orden, qué belleza, qué obedientes a la vida que Dios les ha dado! Y al atardecer, cuando el ocaso empieza a teñir de rojo las nubes y a hacer pinturas maravillosas en el cielo, me pongo a rezar La Magnífica. Y por las noches, cuando duermo en el campo, bajo el manto estrellado que cubre toda la bóveda celeste, mire, Luisito, se me enchina el cuero y me pongo de rodillas bendiciendo al Creador. Así que véngase a vivir sus últimos años aquí, al Maguey.
“Mire, aquí la gente ya no cree en nada. Desde que se van y vienen a Estados Unidos, se creen como muy listos, como que ya lo saben todo, y ya no se paran en la Capilla para nada. Si usté se viene, vamos a tocar todas las tardes la campana para invitar a rezar un Rosario por la Fe que se está perdiendo en la gente.
Vamos a hacerlo, aunque nomás seamos usté y yo. Sirve que me lee la Biblia, porque mis ojos ya no me ayudan. ¿Qué le parece?”
Añoranzas y ejemplos
Y don Alejandro me veía con sus ojos bien abiertos, como esperando una respuesta que le afirmara que sí me iría a pasar mi último tiempo a El Maguey. Quería un compañero. Quería tener con quién platicar sus experiencias, su vida, sus pensamientos. Quería tener con quién compartir una Fe ya dejada de lado y hasta despreciada por el mundo. Me hacía recordar con regocijo cuando llevábamos en Procesión, a pie, la imagen peregrina del Santo Niño de Plateros hasta el Templo de San Juan Bautista en Mezquitic. Cruzábamos el llano grande y bajábamos la cuesta rezando y cantando, turnándonos para cargar en andas la imagen del Niño, sentadito en su silla, con su sombrero campesino y sosteniendo un bastón con un bule para el agua.
Todo lo hacíamos como queriendo obtener Amor y Misericordia, sin cansancio alguno. La voz de don Alejandro le daba a los cánticos un tono grave. Ahora hablaba con cierta ansia, como queriendo alcanzar el tiempo; como preparándose para arrojar a una grieta profunda sus instrumentos de trabajo que tanto apreciaba. Y murió así, trabajando, hilando carrujos de ixtle.
“Don Jando” era un hombre de Fe. Anualmente, asistía a unos Ejercicios Espirituales que se realizan durante una semana en una Hacienda en el Estado de Zacatecas… En este “Año de la Fe”, ante los repetidos mensajes del Papa Francisco, apreciemos la humildad de estos hombres de Dios.
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