La tarea de todos, como bautizados y enviados
Cardenal Juan Sandoval Íñiguez
Arzobispo Emérito de Guadalajara
En todo tiempo, lugar y circunstancia, la Palabra de Dios debe ser difundida, y a todos nos compete, como bautizados, conocer el Evangelio, propagarlo y dar siempre testimonio de vida cristiana.
Foto: Pbro. Óscar Maldonado Villalpando
Nuestro Señor Jesucristo, enviado por el Padre, bajó del Cielo y se hizo hombre en el seno de María Virgen para poder padecer y, así, reconciliarnos con Dios, que quiere que todos sus hijos se salven. Por eso, Jesucristo, antes de subir al Cielo, dejó a la Iglesia que había fundado, el encargo de anunciar el Evangelio a todas las naciones, para que todo el que crea y se bautice se salve (Cf. Mc. 16,15; Mt.28,18).
La dimensión de las Misiones
Sin embargo, la inmensa mayoría de los católicos tiene poca o ninguna conciencia de la obligación de contribuir seriamente a la difusión del Evangelio; es decir, a la Obra de las Misiones. Por su Bautismo, todo cristiano forma parte de la Iglesia, que es el Pueblo de Dios, del cual él es ciudadano y es parte también del Cuerpo Místico de Cristo, del cual se considera miembro vivo, así como del templo o edificio espiritual que se edifica con piedras vivas que debemos ser todos los cristianos. En consecuencia, son pocos los que sienten la obligación de ayudar a que la Fe se expanda y la Iglesia crezca, a fin de que todos los hombres puedan salvarse según la Voluntad de Dios.
La Iglesia dedica el Tercer Domingo de Octubre, que en este año es el día 19, a despertar la conciencia misional en todos los fieles. Aquí se proponen estas maneras concretas de ayudar:
La primera y la más eficaz es la oración, como nos la enseña Cristo cuando nos hace pedir en la oración del Padre Nuestro: “Venga a nosotros tu Reino y hágase tu Voluntad, así en la Tierra como en el Cielo”. De igual manera, el Apóstol San Pablo insta a su discípulo Timoteo: “Te ruego, hermano, que, ante todo, se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres… Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, pues Él quiere que todos los hombres se salven…” (1 Tim.2,1ss.)
Otra manera de contribuir a la obra de las Misiones son las buenas obras, la guarda de los Mandamientos, sobre todo el del amor al prójimo; o sea, que se contribuye a la difusión del Evangelio con la vida ejemplar de cada cristiano, la cual despierta la curiosidad de los que aún no creen, y luego les convence y atrae. Por eso nos dijo el Señor que sus discípulos debemos ser sal de la tierra y luz del mundo, “para que, viendo nuestras buenas obras, glorifiquen al Padre que está en el Cielo” (Mt. 5,13-16). Cada discípulo de Cristo debe tener, pues, una conciencia lúcida de que la vida pecaminosa aleja de la Iglesia y hace que el nombre de Dios sea despreciado.
¿Como meros espectadores?
La mayoría de los cristianos se queda en su casa atendiendo a la familia y ocupada en el trabajo; pero deben ser ellos, los que se dicen y asumen católicos, la retaguardia de los Misioneros que, siguiendo el llamado de Dios, dejan Patria y hogar para llevar el Evangelio a quienes aún no conocen a Cristo. Ellos necesitan las oraciones, los sacrificios, pero también la ayuda material de todos los bautizados.
Nuestro principio y fin es Dios, eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso, que quiere comunicarnos, a todos, su vida bienaventurada mediante Cristo el Salvador del mundo y el Espíritu Santificador, que obran en la Iglesia, Sacramento de Salvación para todos los hombres.
No se vale, entonces, querer sólo recibir de la Iglesia y hasta exigir servicios de ella, sin aportar nada para la importante tarea de la salvación del mundo. Las manos vacías no abren las puertas del Cielo.
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