Juan López Vergara
El Evangelio que la Iglesia nos ofrece hoy en el Domingo de las Misiones, nos invita a agradecer al Señor por quedarse con nosotros, convencidos de que esto se debe a que sus primeros enviados, símbolo de la Iglesia naciente, lo obedecieron enseñando su Palabra y participando el Bautismo que nos vincula con la Persona de Jesús Salvador, conscientes de que toda su Obra de Salvación procede del Amor del Padre y culmina con la efusión del Espíritu (Mt 28, 16-20).
Reunidos en Jesús
El Evangelista San Mateo cierra con una escena que condensa su Cristología y Eclesiología: destacando que no alude a una reunión cualquiera, de un estar juntos sólo materialmente, sino de estar reunidos en la Fe: “En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea al monte en el que Jesús los había citado” (v. 16 compárese 26, 32). El nuevo Pueblo de Dios, nacido de la Pascua de Cristo, desplaza su centro de Jerusalén a Galilea, tierra limítrofe con las naciones paganas. La cita es en el ‘monte’, que como en 5, 1, representa la esfera divina desde la cual Jesús enviará a los suyos.
Representan a la Iglesia
Cuando vieron al Resucitado, “se postraron, aunque algunos titubeaban” (v. 17). Los once representan a la Iglesia; por eso no falta quién dude. Ni siquiera aquella primera comunidad era homogénea. La presencia en Galilea relaciona al Resucitado con Jesús de Nazareth. El punto de encuentro del nuevo Pueblo ya no es una ciudad, sino la propia Persona de Jesús Resucitado.
Jesús da testimonio de su nombre
Jesús, entonces, reveló: “Me ha sido dado todo Poder en el Cielo y en la Tierra” (v. 18 compárese: Dn 7, 14). En virtud de esa Autoridad, les encomendó una Misión Universal, ya no limitada a los judíos: “Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto Yo os he mandado” (vv. 19-20a: compárense 10, 6; 15, 24). Se realizará, así, la promesa de Dios a Abraham: toda la Humanidad constituirá el Isarel difinitivo (véase Gn 22, 18). San Jerónimo advierte: “Mandó a sus discípulos que primero enseñaran a todas las naciones; luego, que las bautizaran con el Sacramento de la Fe, y una vez recibida la Fe y el Bautismo, que les enseñaran lo que debían observar”.
Todo concluye con la promesa de Jesús: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (v. 20b). Semejante promesa mira a la Misión, en la que Jesús los acompañará siempre; cumpliendo así el contenido de su nombre: Emmanuel, que significa: “Dios con nosotros” (1, 23).
Se inaugura el Tiempo de la Iglesia, que “es católica porque es universal: tiene la Misión de anunciar la Buena Noticia del Amor de Dios hasta los confines del mundo” (Papa Francisco, Semanario, 21/Sep./2014, Pág. 14). Debemos vivir con la certeza de que cuando compartimos nuestra Fe se fortalece, tal como sucediera a nuestros primeros hermanos, particularmente aquellos que aún dudaban.
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