jueves, 30 de octubre de 2014

EDITORIAL

Más muertos que plegarias


Hay furia por los muertos, lágrimas retenidas por el rencor ante la ineptitud o complicidad de tanta desaparición de mexicanos; unos en la lid del reclamo, otros en enfrentamientos vandálicos. El coraje y la impotencia van arrimando cada vez más leña a la hoguera. Los reclamos son gritos entre sordos, señales obscenas entre ciegos. La irritación reciclada ante tanta inquina, se convierte en desesperanza, se enfrenta con la mentira y peligra con violentar el estado de derecho.

Hay muchos cadáveres, y pocas tumbas, sin la solemnidad de un entierro digno, sino arrojados en fosas clandestinas con el apresuramiento de la delincuencia, como si nada importara el signo de una Cruz que marca el punto de partida hacia la eternidad. Demasiada crueldad para matar seres humanos, e insidia para enterrar sus cuerpos cual si fueran desecho y estorbo. Hoy, nuestro país adolece, en bastantes lugares, de miradas felices, de ilusiones congruentes. Seres de diverso género, condición y edad, han sido muertos en el afán de la venganza, como en un incendio de odio, desaparecidos como piltrafas por la sinrazón del flagelo de la violencia y del negocio de las drogas.

Incontables cadáveres arrojados por doquier, con pérdida de su individualidad, no por el olvido de sus familiares o el descuido de quienes atienden los panteones, sino por el incontenible desbordamiento de la matanza criminal, pero también por la omisión de tantos de nosotros, que hemos cedido espacio a la brutalidad con una pasiva indolencia ante el acontecer cotidiano.

Estamos hartos del olvido que ha envenenado nuestros ambientes, y siempre a la espera de que las cosas cambien o se vayan componiendo por sí solas. Es muy poca la conciencia de solidaridad con los vivos, y amplia la extrañeza de los muertos. Quizás, a veces, susurros en los oídos, lágrimas contenidas, impotencia e ira, pero la historia sigue, y hay cada vez más asesinados abonando la tierra, el olvido y un silencio cómplice entre la hojarasca de noticias y la lentitud del Gobierno, que ve pasar (apechugando, haciendo concha) las manifestaciones de inconformidad y el reclamo de algunos, ya no tan pocos.

Por otra parte, hay que reconocer también que, sobre todo en estos días, nacen de corazones realmente dolidos o conmovidos, plegarias y sufragios por los que se han ido o han sido abruptamente llevados al más allá.

Hay rezos ungidos, recuerdos hechos flores, aromas nostálgicos de incienso. La conmemoración cristiana de los Fieles Difuntos nace de la Fe en la Resurrección. Quienes tenemos Fe, tenemos a la vez Esperanza en el retorno de la Justicia, en el advenimiento de la Paz y en la disminución de rostros que sufran y lloren por los crueles homicidios nacidos de la corrupción, la impunidad, la voraz ambición, la miseria de unos y la opulencia de otros, el ajuste de cuentas; esas muertes que sólo desatan furor, la rebelión sorda ante la injusticia, las ganas de insultar y los deseos de venganza, agazapada en el resentimiento.

El Papa Francisco ha hablado del fetichismo del dinero, de la dictadura de una economía sin un rostro humano que nos ha llevado a la anti-solidaridad, dando lugar a la “cultura del descarte”, a ignorar a multitudes hambrientas, a despreciar a los malnutridos, los mal vestidos, sin vivienda, sin trabajo y sin cobertura de salud. Esas son políticas que generan la muerte, y en las que no caben la compasión ni las plegarias.

Mientras siga imperando ese modo de vida, continuará habiendo demasiadas cruces sin nombre y apellido; sólo cifras en aumento constante, arrojadas a la fosa común de la indiferencia de miles, de millones. ¡Cuánta falta hace rezar!


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