jueves, 23 de octubre de 2014

Benefactoras vocaciones monásticas

La Iglesia, oscurantista? (Parte 8)


Cardenal Juan Sandoval Íñiguez

Arzobispo Emérito de Guadalajara


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Los bárbaros, que invadieron Europa a partir del Siglo IV, destruyeron el Imperio Romano de Occidente, y con él las instituciones, las leyes y el orden social. Eran seminómadas, acostumbrados a vivir de la guerra y del pillaje, y en consecuencia, sumieron a Europa en un caos que trajo retroceso cultural, económico y poblacional.

Quedó solamente la Iglesia con su Doctrina y su moral evangélicas, con su estructura jerárquica y sus Monasterios, que fueron, además de centros religiosos, también focos de civilización y de cultura. La Iglesia fue la única que mantuvo un poco de orden y mesura en una civilización que se derrumbaba; los bárbaros no tenían literatura escrita y era muy pobre su organización social y política.


Progreso en todos los órdenes

Los Monjes salvaron la agricultura y las artesanías cuando nadie más podía hacerlo, y enseñaron a los bárbaros a asentarse en poblados, a cultivar la tierra y criar ganado. Convirtieron estepas en tierras productivas; trabajando con sus propias manos, drenaron pantanos, limpiaron florestas y construyeron diques para almacenar agua de riego. Cada Monasterio Benedictino, por ejemplo, era una especie de escuela de agricultura para la región circundante. Y en esto jugó un papel decisivo la Regla de San Benito, padre del monacato de Occidente, cuya divisa era: “Ora et labora”, reza y trabaja.

Ahora bien, las faenas que alternaban los Monjes con la oración eran muy variadas: el estudio de las Sagradas Escrituras y los escritos de la antigüedad; la copia de viejos manuscritos; la predicación; el trabajo manual en el campo y en las artesanías. A donde quiera que fueron los Monjes introdujeron el cultivo de cereales, frutas, y la manufactura de artesanías, inventando sus propios métodos de producción. En Suecia, por mencionar un caso, impulsaron el cultivo del trigo; en Parma, la producción de queso; en Irlanda, la pesca del salmón, y en muchos lugares los excelentes viñedos y el buen vino.

Por cierto, los Monjes se distinguieron en la producción del vino de uva porque San Benito prescribía su uso con moderación en los alimentos. Un ejemplo de lo que lograron fue la célebre champaña Dom Perignon, que lleva el nombre de un Monje de la Abadía de San Pedro en el Marne, Francia, hacia 1688; él encontró la champaña mezclando varias clases de vinos, y dejó escritas prescripciones para su fabricación, que siguen rigiendo hasta el día de hoy. ¡No es por casualidad que muchos buenos vinos y licores lleven el nombre de algún Santo!


Otros variados avances

Los Monjes Cistercienses se distinguieron por su destreza metalúrgica, “desarrollaron una importante labor de difusión de las nuevas técnicas, pues su tecnología industrial alcanzó un grado equiparable al de su tecnología agrícola (Jean Gimpel, “La Máquina Medieval. La Revolución Industrial de la Edad Media”). Cada Monasterio contaba con su propia fábrica o taller, con frecuencia tan grande como su misma iglesia y a pocos pasos de ella. Allí desarrollaron diversas industrias, activando su maquinaria con la energía hidráulica. Entre los Siglos XIII y XVII, los cistercienses fueron los principales productores de hierro en la campiña francesa, ya fuera para uso propio o para vender.

“La difusión de las máquinas en Europa durante la Edad Media alcanzó un nivel hasta antes desconocido en cualquiera otra civilización“ (Cfr. Jean Gimpel, O.C.). En el Siglo XI, un Monje llamado Eilmer voló a más de 90 metros de altura en un planeador; hazaña que se recordó por varios siglos. Tiempo después, el Jesuita Francisco Lana-Terzi desarrolló la técnica del vuelo y se hizo acreedor al título de Padre de la Aviación. Un Monje, el futuro Papa Silvestre II, construyó el primer reloj mecánico que se conoce, para la Torre de Magdeburgo, en Alemania. En el Museo de Ciencias de Londres se conserva, en buen estado y en uso, un reloj construido en el Siglo XIV por un Monje llamado Peter Lightfoot.

Las minas de sal, plomo, hierro, yeso; la metalurgia, marmolería, cría de ganado, cristalería, etc., fueron ocupación de los Monjes, y no hubo campo de la industria o de la agricultura en el que no fueran creativos, solidarios y caritativos en orden a compartir y enseñar a los pueblos de Europa: fueron los asesores gratuitos del tercer mundo de entonces, el de los bárbaros.


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