Juan López Vergara
Nuestra Madre Iglesia ofrece hoy una Parábola del Santo Evangelio en la que descubrimos a Dios que nos invita: “Venid a la boda”. Es una bella imagen que habla del encuentro con Dios, porque hemos sido creados para gozar de la unión con Él a través de su Hijo Jesús (Mt 22, 1-14).
La universalidad de la Salvación
Ante la reticente actitud de aquellos capitostes, el Evangelista presenta ahora el Proyecto de Jesús bajo la figura de un festín: “El Reino de los Cielos es semejante a un Rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a sus invitados, pero éstos no quisieron ir” (vv. 2-3).
San Mateo había mostrado a Jesús como “el esposo” (9, 15) y, en la Parábola precedente, como “el hijo” (21, 37-38). Los criados representan a los Profetas. La invitación fue rechazada conscientemente. El Rey, de nuevo, insistió (véase v. 4). Semejante reiteración testifica el Amor de Dios por Israel. Pero los convidados no hicieron caso: “Uno se fue a su campo, otro a su negocio, y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron” (vv. 5-6). El Rey montó en cólera, manifestó que los invitados no fueron dignos y mandó a otros criados para convidar a los que encontraran en los cruces de los caminos; el banquete, entonces, se llenó de comensales (véanse vv. 7-10).
Israel no supo descubrir el lugar de la felicidad mesiánica, lo cual nos permite vislumbrar su trágico destino. Sin embargo, el designio de Dios no se frustró, ya que los últimos convidados configuran el nuevo pueblo, ratificando así la universalidad de la oferta de Salvación anunciada por Jesús: en la base de toda Eclesiología hay una Cristología.
No el que me diga: “Señor, Señor”…
La última parte es de lo más inesperada, pues cuando el Rey entró para saludar a sus invitados reparó en que uno de ellos no iba vestido con el traje de bodas y le preguntó: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?” (v. 12). Ante el silencio de aquel hombre, el Rey ordenó a los criados echarlo fuera (véase v. 13).
San Jerónimo interpreta: “Los vestidos de fiesta son los Preceptos del Señor y las obras cumplidas según la Ley y el Evangelio, que son las vestiduras del hombre nuevo”. No basta que reconozcamos a Jesús, sino que es preciso vivir conforme a la Buena Nueva que ha anunciado: “No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la Voluntad de mi Padre que está en los Cielos” (Mt 7, 21). La conversión es el traje adecuado para festejar en el festín del Hijo.
Llamados a ser Hombres Nuevos
Ante la gratuidad de tal invitación, revistámonos de Cristo, el Hombre Nuevo, quien “pasó por el mundo haciendo el Bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con Él” (Hch 10, 38).
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