“Hablen claro y sin tapujos”
Expresarse con libertad y escuchar con humildad, es la exhortación que el Papa Francisco ha dirigido a los Padres Sinodales que han abordado el Tema de La Familia, Institución que la Iglesia contempla con profunda preocupación y cariño, pero que abarca incontables situaciones de toda índole.
Cuántos silencios en el hogar, en la Iglesia, en los corrillos de oficinas de Gobierno han empeorado las cosas. Ese mutismo cómplice o vergonzante, que se acomoda a los beneficios; silencio tras bambalinas, de factura encubridora; silencio de Administraciones Públicas que “nadan de muertito” ante la violencia y la delincuencia; ese silencio que violenta toda paz.
Quiere el Santo Padre garantizar la libertad a todos los sectores de la Iglesia; sin discriminación moralizante, sino con la necesaria misericordia para atender y consolar hasta en los casos más controversiales. Se impone descubrir el engaño y la idolatría de la libertad sexual, de los disfraces del Poder ante la Sociedad y ante Dios.
La libre expresión, el diálogo e incluso el disentimiento, son urgentes desde el seno de las familias hasta en todas las esferas sociales, académicas, económicas, políticas, laborales, religiosas, partidistas, deportivas y culturales. Nada de esto está peleado con la unidad, sino que es la herramienta más cualificada para lograrla. En el hogar, los padres tienen que ser garantes de este aprendizaje de la libertad de pensamiento y de expresión; porque con una educación acorde, ningún Gobierno, por autoritario que sea, podrá arrebatarnos el derecho de disentir para plantear mejores propuestas.
Sin embargo, en las Constituciones y Leyes, desde organismos supranacionales hasta en las directrices familiares, pasando por todo tipo de instituciones, muchos hablamos un doble lenguaje. En algunas élites y camarillas políticas, económicas y aun religiosas, se tergiversa la verdad al antojo clientelar. Se legaliza, se aprueba, se acepta y hasta se bendice lo que todo el mundo quiere; eso significa renunciar a educar, a gobernar, a evangelizar. Esto no entraña compasión ni una visión pastoral. Por el contrario, es pura conveniencia, pereza y comodidad. Significa ocultar la verdad con un silencio culpable, con tal de usufructuar beneficios, favores, concesiones.
En los pasillos del Poder de un imperio de ocupación de hace siglos, un humilde Galileo, con la frente en alto, atado y sentenciado, supo defender las necesidades más profundas del ser humano, que fueron el tema de su predicación: verdad, justicia, amor, paz, gracia, fraternidad. Él fue tajante: “La verdad os hará libres”.
Mas, la esclavitud viene de los acomodos generados por el afán de dominio, las influencias gananciosas, los intereses inconfesables, el miedo a esa verdad. La flojera intelectual, el conformismo y la falta del compromiso cristiano en lo social y lo religioso: “Dejar hacer a los poderosos y malvados, trae el dolor y hambruna en muchos inocentes”.
La prosperidad de unos cuantos genera inconformidad en las mayorías. Y hoy, más de la mitad de nuestro país se está ahogando en la pobreza, la injusticia, la ausencia de verdad. Estas situaciones son un óptimo caldo de cultivo para la violencia, el tráfico y consumo de sustancias que embrutecen y que algunos intentan legalizar. Los promotores de leyes inicuas, destructoras de la Humanidad, son los mismos que vendieron el voto mediante dádivas, mentiras y promesas. Ante eso, es menester hablar sin tapujos, lo cual no nace del odio, sino de la misericordia.
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