Daniel León Cueva
Seguramente que el Arte de dibujar tiene su gracia y, a la vez, su dificultad.
De seguro, también, habrá quien muestre habilidad, talento e imaginación desde la más tierna infancia. Como que la inclinación y destreza le venía ya en los genes. Acaso su padre, su madre o alguno de sus tíos, abuelos o parientes aún más remotos ya sabían de eso y lo hacían muy bien.
La facilidad para el trazo, la simetría, la aplicación de colores, la fiel representación de personas, animales, paisajes u objetos no se dan tan comúnmente entre la clase menuda. Y no se diga el pulso firme, y dúctil a la vez, para plasmar algo agradable a la vista.
No cabe duda: los dones de Dios están muy bien repartidos en su rica diversidad de particularidades, de tiempos, de lugares y edades.
Qué bueno que desde la enseñanza inicial se encamine a los pequeños por esos senderos de la creatividad y la estética. Y, transitarlos, ciertamente, demanda mayor concentración que utilizar “maquinitas” y otros aparatos móviles… Además de que las gratificaciones serán más provechosas y placenteras, al plazo que sea.
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